22 de abril de 2016

Por Luis Vilchez - Poesía Periodística (Parte 33) – Daniel Cristobo, ese hermano del alma

Daniel Cristobo, ese hermano del alma

Dos poemas para Daniel Cristobo 

Arteluto II

I

A muerto Daniel Cristobo
y yo escribo su réquiem

ha dejado su mensaje
en un libro - en la palabra

¡como lo voy a extrañar
cuando llueva en las mañanas!

II

suena la guitarra
canta - brilla
vibran las cuerdas del alma

la mano abraza el lápiz
con ternura

comunica el sepelio
de las oscuras rosas

III

la lluvia no miente
se ha dormido la mañana

IV

escribo como él: “notas al pie de la tarde”
y hago un “somero informe sobre humanos”

me voy detrás de aquella ausencia
que se fue

cuando dios no ordena el mundo
y no hay opresores ni oprimidos

y entonces los duendes 
juegan con las hadas

y sueñan que son poetas

Miércoles 13 de marzo de 2013

Arteluto III (Soliloquio) 

I

Su sonrisa 
me acompaña

a muerto 
un hombre poeta 

la mañana esta triste
pero canta

II

su sonrisa 
me acompaña

a muerto 
un hombre poeta 

la mañana esta triste
pero canta

III

su sonrisa 
me acompaña

a muerto 
un hombre poeta 

la mañana esta triste
pero canta

Poemas extraídos del libro Como si fuera el fin del mundo, Libro número quince de la Colección Libros de la Calle. Luis Vilchez. Año 2013. 

Yo digo: hay que festejar la amistad. Y lo digo en serio. Sin pelos en la lengua.
Esta noche de un veintidós de abril de dos mil dieciséis, poesía en mano, memoria y luna llena, yo sigo diciendo: hay que festejar la amistad.

Conocí a Daniel en tiempos en que la soledad caminaba desnuda por la calles de una ciudad sin muchas pretensiones. La lluvia también exhibía su desnudes ante nuestros ojos amorosos de poesía, anonadados dialogábamos con el Dani en la esquina de un viejo café. Cobijados en un bar, pegaditos a la ventana que daba a la Avenida España, y calle Rivadavia, nos contamos nuestras vidas y compartimos nuestros sueños más de una vez. Como gotas de lluvia que empapaban la intensidad de nuestros corazones, la vida nos hizo amigos.

No hemos sido perfectos Dani querido, le dije. Pero cuanta pasión. Cuanto amor por una poesía en movimiento y sin temor a las imperfecciones. Él me miró, no me contesto nada, prendió su quinto o sextos cigarrillo y se fue con su mirada en la lluvia. Jamás pensé que me iba a convidar una respuesta, años después, cuando me dedicó el libro que yo mismo le edité de forma incondicional, deben haber salido 150 ejemplares, cartón adherido a otros cartón, cosidos a mano con hilo enserado, que el poeta muy contento fue vendiendo y se agotó inmediatamente, reclamando la gente más ejemplares.



De ese gesto amoroso de compartir un café, otro día unas pizzas en mi casa, o quizás sentados en un banco de la Plaza Pringles, siempre en las miradas una poesía para disfrutar; de este abrazo fraternal, la vida la amorosa vida me convidaría un compañero poeta. Un poeta de El Viento. Un amigo.

Hoy lo extraño, partió hace unos años a convidar su palabra sanadora por el universo. Esta noche, de vino tinto y luna de cristal, en San Luis, yo lo extraño. Lo extraño bien, me río tanto de tantas anécdotas, de tantos recuerdos que caminan la infinita memoria, que en noches de luna llena, como hoy, llueve en mi imaginación y caminamos con el Pelado Mottura a la Escuelita de Circo, a presentar nuevamente al Cristobo: ese hermano del alma


Notas Al Pie De La Tarde - Somero informe sobre humanos - Cuentos y poemas - Daniel Cristobo
Primera Edición: 4 de diciembre de 2010 - Segunda Edición: 3 de junio de 2013 - La obra estuvo al cuidado de: Luis Vilchez Y Mónica Algarbe - Diseño, corrección y diagramación: Cesar Bruto (Rayuela)


Obra de Daniel Cristobo

A Modo De

No confío en la utilidad de un libro de historia que no incluya en su prólogo una historia de la lluvia.



Sin duda, la lluvia es uno de los sucesos más antiguos que conoce el hombre y a pesar de no haber sido registrado, por lo menos sistemáticamente, por la historia puedo suponer que su origen se remonta al inicio de los tiempos, anterior inclusive a la vida humana. En mutua dependencia con los mares y los ríos resulta dificultoso suponer si fue posterior o los precede. Es razonable, entonces, que algunos arriesguen una simultaneidad de acontecimientos, fenómeno tan irracional como las hipótesis anteriores. Así mismo se complica verificar la influencia de la lluvia en el comportamiento humano ya que se ignora de qué manera podría haberse desarrollado éste sin su presencia. Lo que sí es constatable radique posiblemente en su dimensión temporal comprendida por el lapso breve que trascurre entre un día soleado y la posterior lluvia, dato en apariencia simple pero que contiene la noción del cambio, luego lo efímero y precario de ambos estados. Tal vez, una historia de la lluvia implique, de alguna manera, pensar lo perdido y, más aún si tomamos la amplitud del azul a modo de estado natural del cielo que miramos, este precario concepto se agrava con el componente metafísico agregado. Esto es, no especular que otra vez saldrá el sol sino proyectar la idea  del cambio mismo,  de que no importa los días soleados que tengamos por delante caminamos hacia la lluvia. Aunque gastada por el uso es válida su comparación con el llanto, no por su carácter acuoso sino por su identidad basada en la noción de aquello que perdimos. De alguna manera, mis largas caminatas por el parque universitario bajo el cielo claro de la tarde con la mujer que amé no son ya recordados, mis recuerdos son los de una lluvia que no sé si existió pero que hoy siento en mis manos como una mariposa que tiembla en los pétalos de su vestido.




Parte 2/2- Programa #13 Más información:http://www.SanLuisTV.com/ El Libro de tu vida El…
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Por Eso El Ave

La vida y la muerte son ritos eternos
Que pasan de abuelos a nietos
Que corren de boca en boca
Y de mano en mano.
La guerra y la paz son ritos eternos
Que pasan de batalla en batalla
Y de parto en parto.
Hemos olvidado ya antiguos misiles
Morir sobre Sarajevo
Y leemos mañana
Tal vez pasado
La Iliada.
Antígona seguirá inquebrantable
Como el amor de Romeo
Y el obediente Sócrates
 Beberá la cicuta
Sólo porque la vida y la muerte
Son ritos eternos.
El ingenioso Hidalgo
Será crucificado
En las aspas del molino
Y el viento correrá como un secreto
De boca en boca
Por fin se detendrá y el caballero
Cabeza abajo del molino
Seguirá llamando a la tierra cielo
Y al cielo tierra.
Sólo por no ser sólo estelas en la mar
Un ave sobrevuela entre los labios
Y enciende el fuego
Un faro apenas
Un faro
Que corre de mano en mano
Y de boca en boca.

Cristobo con su pasión, la radio. El cántaro y la fuente, su programa que tanto extraño por las noches, lo realizaba por radio unsl 


Somos trocitos, muy pequeños trocitos de hielo caminando en la mar,  entre una y otra marea, cuando la luna lee de bruces el verso náufrago echado en una botella.

…Porque siempre fueron las palabras. Las palabras son la cruz y la escalera, el cántaro y la fuente.
Una palabra puede cambiar de lugar, dar inquietantes saltitos  en la cornisa de los labios. Ser dulce y hermosa como el oído que toca. Capaz de volar, responsable y loca, entre un giro de buitres y palomas, o ponerse azul de los pies a la cabeza y ser, en la garganta, todo un revuelo de polleras.
Una palabra puede construir el mundo, dos destruirlo, tres explicar el proceso.
Íntimamente universal nos ve a ciegas y a tientas nos ve de nuevo. Una palabra es un andar restañando ecos de palomas malheridas y, a pesar de todo, mensajeras.
En ocasiones puede parecer la mano extendida de un títere absurdo, un gesto anhelante y vacío. Sin embargo, basta con encontrar otra mano igualmente extendida para que se cree el vínculo, y en el vínculo la vida.
Es, a veces, ponerse a tirar piedras a las ventanas sólo porque alguien nos abra la puerta y reproche, en un beso, semejante descalabro de cristales. Tal vez entonces todo no sea mucho más que abrir las ventanas un poco antes de lo estrictamente necesario.
… y esperamos, siempre, el retorno de aquella marea.



Cuando todos los hombres se hallan quedado solos
volverán a la quimera de un sueño
Seguramente volverán a la razón  de las manos.
Nosotros estaremos contando.
Mientras el hombre sea la gran utopía del hombre
estaremos contando
Sólo por recordarle, de tanto en tanto, su propio nombre
estaremos contando
Y si la casa quedara sola de puro no haber nadie
El viento será un réquiem,
nosotros, con una trompeta vacía
estaremos contando.

El Dani leyendo el prólogo del libro "Las Hojas", Compilación de Testimonios, notas, poemas, cuentos, crónicas varias, de escritores de la década del 60 y 70 que publicaron en la Editorial Papeles de Buenos Aires, Ediciones La Pluma y La Palabra dirigida por el poeta Roberto Santoro y escritores que han publicado en la Revista Cultural Latinoamericana (Guturalmente hablando) El Viento dirigida por la escritora Mónica Algarbe y el poeta Luis Vilchez. 


El    Caosiano

Pero las muertes fueron antes, pensaba cuando llegó Fernanda. Me dio un beso en la mejilla y sacó las cosas del mate con unos criollitos.
.- Es una tarde espléndida .- dijo.
 Miré por la pequeña ventana gris, lloviznaba.
 .¿ Parece que no me crees demasiado?.- preguntó sonriendo, mientras llenaba la pava.
- No, en absoluto, pero te veo demacrada -¿dormiste mal o estás menstruando?-  le pregunté.
.- Las dos cosas.-  respondió estirándome un mate para que no hablara.-
.-¿Y no te aburrís siempre lo mismo?  - insistí sin darme por aludido.
.- Sería una pérdida de tiempo aburrirme de lo irremediable, eso en cuanto a lo segundo, por lo primero....- perdón.- interrumpí. Me acerqué, le puse una mano en la mejilla y la besé por un instante muy breve.
-Sólo quería saber, ahora seguí.- expliqué.
 Fernanda siguió.- te contaba que en cuanto a lo primero, de no dormir bien, Ernesto cayó a las tres de la mañana hecho una cuba, tiró el televisor al suelo y como aseguró que ya no servía lo largó por la ventana. Así es que ahora me quitó la posibilidad de elegir si quiero o no ver algún programa.-
.- Pobre Ernesto.- comenté en voz alta.- a lo mejor quiso darte la libertad de que no te vieras esclavizada por una cuestión electiva. Y, por otra parte, como la televisión reduce el nivel de exigencia estética es probable su temor a un achatamiento casi suicida.-
 A la mañana.- siguió como si no me escuchara.- me trajo el mate a la cama; después de tomarse el primero, que era agua caliente apenas teñida de verde, descubrió que estaba demasiado largo; es claro, le dije: lo vaciaste pero no le pusiste yerba.- claro, claro.- me contestó.- debo estar un poco distraído.
Estos olvidos.- le dije alejándome un poco.- son bastante comunes en ciertos ritos donde sus orígenes se diluyen conservando, pese a todo, su contenido ritual.
Fernanda apoyó el mate sobre mis apuntes.
Te voy a responder como a él.- se animó.- andate a la mierda.-
Después guardó sus cosas y se fue .
La vi alejarse por la ventana antes de tirarme en la cama a mirar el cielo raso.
La puerta volvió a abrirse. Fernanda se acercó. Tomó mis mejillas con sus manos heladas y me besó por un instante, después dijo: -¿esto es también un rito?
.- Tal vez -  respondí.-
La acompañé hasta la puerta. Me puse una frazada sobre los hombros y volví a la cama. Estaba anocheciendo. Llovía.
Imposible pegar un ojo. Nada desvela más que luchar contra el insomnio. Es mejor continuar en la vigilia, hacerse el distraído porque ese lugar tampoco nos interesa.
He tenido que encender la luz. Buscar algún diario de los que me trae Fernanda y ponerme a hojearlo. Las mejores notas son de Mafalda  pero ya las había leído a todas.
Me detuve en la sección política:
“La C.G.T. analiza la concreción de un paro nacional para el próximo verano.”
El periodista dijo que para entonces sería otro el gobierno ante lo cual el dirigente gremial afirmó que los problemas no eran coyunturales sino estructurales.
Escucho como un murmullo lejano o algo así. Espío por la ventana, es una pareja apoyada contra un árbol. Parecen dispuestos a hacer el amor en la plaza.
“Ante los repetidos hechos de violencia el gobierno propone suspender el apertura.”
Lástima de periodista, bien podría haberlo desmentido a renglón siguiente con la excusa de una primicia, jamás el gobierno cerraría la principal industria de psicofármacos.
Aquellos dos siguen contra el árbol, no sé cómo va a besarla si le tapa la boca con la mano.
¡Acá está¡ Este es más nuevo: han cambiado las leyes del fútbol. Ahora meterle dos tiros a un tipo es homicidio por odio deportivo. Antes, en cambio, era una contravención.
No sé si escucho o intuyo algo parecido a un gemido pero ya no veo al hombre. La mujer se sostiene el vientre, después se arrastra sin alcanzar la vereda.
De haber sabido eso de la contravención hubiera ido a la cancha con el asistente, que es de Racing creo, y en la primera confusión lo despachaba. No es difícil ser fanático.
Las balizas entran y salen de la habitación. Han sido discretos al no usar sirena.
La mujer está sobre una camilla cubierta con una sábana. Después la ambulancia sale despacio buscando la avenida.
Espero que mañana Fernanda me traiga más diarios. Las personas deben tener un nombre si no todo podría ser un sueño.
Está amaneciendo. Llueve furiosamente y estoy cansado. Decidí continuar con las notas mas tarde.
Laura siempre tenía razón cuando amanecía.

He dormido bastante. Ya es la tarde y persiste una llovizna escasa.
Cuando el asistente requirió de mí una novela autobiográfica no tuve tiempo más que para sorprenderme. Sin analizar demasiado, creo que no hay razones que justifiquen semejante esfuerzo de la memoria y, mucho menos, intentar un orden cronológico. Esto sería un verdadero caos y, según parece, bien podría ser la angustia una mejor ordenadora, algo así como una sintaxis originada en el significado, donde las formas terminaran siendo un juego de niños ejecutado por gramáticos o historiadores.
Es claro que tampoco me he planteado, por lo menos seriamente, esta especie de derecho estético. Derecho que nadie me ha otorgado y que difícilmente podría explicar la tolerancia e ingenuidad de supuestos lectores.
Que alguien abra un libro para enterarse de la vida de otro no deja de ser un acto de chusmerío intelectual a no ser, claro, que el autor contara con una molesta dosis de antecedentes. Obviamente que no es este mi caso pero, en ambos, recién conocido el contenido el lector podrá intuir algo sobre el derecho o lamentar su imbecilidad.
Por otra parte, y esto cuenta a mi favor, la novela autobiográfica de un escritor ignoto la sitúa en los límites de lo psicológico y lo policial.
Las últimas dos muertes que me afectaron de cerca y registré en mis apuntes las extravió Ernesto, a quien yo se las había entregado para su lectura.
.-Eran muertes ciertas pero no convincentes.- me dijo por aquel entonces.
Es natural que no haya pensado en un prólogo. A la pregunta: ¿antes de qué o explicar qué? abandoné la birome por una semana.
Qué hubiera cambiado sin tal o cual, con o sin más alguien o algo.
Del capítulo segundo sólo registré algunas cosas, hasta un niño sabe que la memoria es una muchedumbre.
Recordé galerías profundas y abiertas, rejas negras limitando un jardín sin disciplina. Una línea interminable, sobre un lado, de geranios sujetos a un cantero ocultando una canilla que  siempre goteaba.
Los cuentos de mi tío con los ojos muy abiertos, las noches del invierno, la magia espantándome el miedo y la pobreza. Después el fondo de la casa como una pieza abriéndose a la siesta y otra vez mi madre y mi tío discutiendo entre peronistas y radicales.
Yo sólo quería escuchar cuentos: las discusiones me asustaban casi tanto como el silencio. Nada sería importante si no estuvieran los lobos pero a los nueve años ya temía la soledad.
Todavía eran los juegos y los primos. Los patios y la calle insinuándome que la vida no estaba para bromas. Y uno aprende ciertas cosas, tal vez sólo para olvidar otras. Así entendí la palabra –todavía- como los comienzos de algún final que, en una niña enamorada, ya por entonces se me declaraba.

.- ¡ Eh tu !, innombrable digresión de las tinieblas, ya podéis alegraros. Yo, Ernesto, hijo de los dioses ha llegado. Plenamente convencido de mis dudas, caminando en dos patas, otras en cuatro, según mi grado de etilismo. Íntimamente reconfortado ante la destrucción de la tierra pero con la fe suprema de que no habrá otra posible...dios nos salve, que por lo menos por experiencia aprenda. Afortunadamente y, a diferencia de los humanos, ellos no pueden cometer más que un sólo error.
Yo, Ernesto, insignificante como el universo y contradictorio hasta la coherencia...-.       -Vuestra majestad.- interrumpí- tomad a bien secarse un poco y abandonad la botella.-
Llovía a cántaros y estaba empapado. Dejó la ginebra en el suelo y empezó a secarse la cara.
- Eso es un repasador.- le avisé.
.-No os preocupéis que no hay nada por aquí...nada por allá. Maldita y entrañable Fernanda, me ha dejado encerrado en la calle...pero no os preocupéis que la historia nos ha quitado la palabra y ¿qué es eso comparado a un puñado de llaves? Ya ves amigo mío: el cerebro duerme bajo la axila de la última gitana.-
.-No te entiendo nada.- le dije poniendo el agua para el mate.
.-Fernanda.- siguió como si nada- se fue sin dejarme las llaves porque, según ella, perdí once juegos. Esa morbosa manía de contar que tiene la gente, y no me iba a quedar encerrado, vos sabés que no puedo. Es un hada maléfica, como todas las mujeres hermosas, Sibila, es una Sibila y yo que amo la belleza estúpidamente.-
Me recibió el mate que tomó con un buen trago de ginebra y siguió: -sólo hay algo más sin sentido que la belleza: mi amor por ella. Pero ahora tengo frío.-
Temblaba. Miré la botella, no le faltaba mucho.- sacate la ropa mojada y acostate.- le ordené.
 Obedeció como un chico mientras  lo tapaba. Le alcancé la botella y otro mate. Sonrió, después me dijo: .-Fernanda me contó que la besaste ¿Qué sentiste ? -
.-Un poco de calor.-le contesté mirando por la ventana.
.- ¿No te  dije yo que no sos un hombre? sos una digresión humana.-
Me di vuelta para responderle pero ya estaba dormido. Le puse otra frazada encima y volví a la ventana, después a mi cuaderno.
Es mejor creer que sólo llueve, pensé, mientras encendía la luz.

El dolor en el cuello me despertó. Tenía algo puesto sobre los hombros. Fernanda me miraba desde la otra silla, sentada frente a mi, con el mentón apoyado sobre sus manos.
.-Ya no cierran las puertas de los placares, hace setenta y tres días que no sale el sol.- dijo.
.-setenta y tres  -repetí para mí.-
-Sí, setenta y tres, alguien tiene que poder contar y Laura no está.- afirmó con una sonrisa, y ahora decime cómo despertamos al tarado de tu amigo.-
.-Creo que no es necesario.-contesté.
Ernesto, sentado en la cama, tomaba ginebra y nos decía -shhh, no intenten hablar conmigo, yo lo hago hace tiempo y no he logrado compartir siquiera los silencios.-
Fernanda buscó la ropa que yo había dejado junto al horno y empezó a vestirlo. Él le refregó su pelo en la cara y la besó susurrando: -dame   algo que abrazar, que no se pierda como una lágrima entre la lluvia, y una sonrisa para mientras dure la lluvia, y algo más, aunque pequeño, para después si no recuerdo ya el cielo estrellado-
Una vez de pie abrió los brazos como diciendo qué voy a hacer. Después me besaron y salieron a la lluvia. En una mano Fernanda, en la otra la ginebra.
Me quedé solo. Alguien golpeó a la puerta pero no abrí. De haber sido quien yo deseaba no hubiera golpeado, como no golpea, literalmente hablando, la ausencia: esa presentación dolorosa del pasado donde vivir y revivir parecen confundirse y lo único seguro que tenemos  no es más convincente que un cepillo de dientes o un desodorante .



En los fines de abril las noches son más plenas, rotundas.
Entre uno y otro mate van algunas palabras, casi en sentido inverso al pensamiento.
Me he puesto a releer notas amarillentas; los escritores nunca pudimos con la ley de gravedad. Me he preguntado si he escrito algo, una sola cosa que no fuera para un día de lluvia y si todo  no debería ser tomado simplemente como notas al pie.
Hace un año, llamado por el asistente, viajé a Buenos Aires. El ómnibus llegó una hora antes de lo previsto. Cuando entraba en la ciudad desempañe la ventanilla. Era una madrugada gris, tremenda y lluviosa. Una muchacha caminaba pegada a un paredón, encogida dentro de su piloto también gris.
La ex terminal de Chevalier, en Once, es un enorme galpón con piso de adoquines cubiertos de grasa. Al fondo de un salón un pequeño café al paso con tres banquitos altos y una radio donde se escuchaba al polaco. A pocos metros varias personas dormían sobre diarios viejos debajo de cabinas telefónicas. En frente otros dos bancos largos, de madera; en uno de ellos esperé al asistente.
Tiempo después, ya en Córdoba, he caminado horas bajo la lluvia pero fueron otras las imágenes, como si mi aporte a la lluvia fuera de mayor significado que el que la lluvia pudiera ejercer sobre mi. He necesitado encender una radio con la única esperanza de que el locutor dijera: llueve sobre Córdoba. Así yo podría asentir con la cabeza y decirme que no eran cosas mías, como si hasta la lluvia  precisara ser constatada.
Me acerqué a la ventana. Lloviznaba apenas. Quité un caracol pegado a la cornisa y lo tiré a la calle. La plaza estaba desierta y muda. A un lado se alcanzaba a ver la iglesia, no su cúpula, ya cubierta por la niebla. -Los hombres- pensé- han construido templos casi con desesperación. Tan elevados que no es posible ver la cruz que sostienen, tan profundos que no intuimos más que el esfuerzo y el miedo y tan seguros que sus guardias no nos permiten el paso.
No lejos de mi ventana hermosos y tristes paraísos confundían sus ramas en un abrazo compasivo. Sólo un hombre, rechinando su bicicleta, se alejaba hacia el bulevar. Recordé, a no muchas cuadras, la costanera y el río huyendo entre la bruma.
Algunas ventanas conservaban su luz encendida: vivían gentes allí y, mas allá de su historia de felicidad o tragedia, sentí esa vaga sensación del afuera. Aquello mismo que me llevó, en mi adolescencia, a espiar por las ventanas, sobre todo en las largas noches del invierno. La  sensualidad a la que aspiraba era la vida, aún aquella que sólo se deja ver a través de gruesos cortinados. Pero las personas preservan tanto su intimidad que más de uno termina muriendo  de soslayo, a hurtadillas.
Después prendí otro cigarrillo, me dejé caer en la cama y encendí la radio.
Las noticias eran casi exclusivamente sobre la niebla, la lluvia y una larga lista de eufemismos. Resultaba curioso cómo la sociedad desmentía, uno por uno, a todos los hombres me dije y la apagué.
En el silencio oscuro y húmedo de la bruma tuve miedo. Por fin, a lo lejos, escuché unos ladridos y me sentí más tranquilo.
Posiblemente mañana vendría el asistente y me preguntaría por la novela.
A los catorce años.-le diré.- una de las veces que me echaron del aula encontré en medio de aquel patio inmenso un perro. Era un perro pequeño que bajo el sol de las tres de la tarde buscaba agua con desesperación. Me senté en el suelo, abrí una canilla y ahuecando las manos le di de beber. No sé que cantidad tomó pero su lengua iba de mis manos a las mejillas en una sucesión de besos interminables.
Al día siguiente, a la misma hora, me hice echar. No recuerdo haber tenido una experiencia tan grata.
El asistente me mirará inquieto y volverá, seguramente, a la misma pregunta, obligándome a intentar teorías más trascendentes pero, al fin de cuentas, falsas.
Uno no descubre sus propias manos diariamente.

Me desperté poco después del amanecer. Tomé una hoja y escribí:
Estimado asistente:
                                He avanzado poco en la novela y, según creo, retrocedido bastante. De continuar esto la consecuencia lógica sería llegar al principio y entonces, sólo entonces comenzar esa pendiente agotadora de un otro posible relato. Relato, por otra parte, que supondría un ligero distanciamiento de la historia en beneficio de la ficción.
Se preguntará usted hasta dónde llegaría un desplazamiento de dicha naturaleza. Para su consuelo debo decirle que yo me he formulado esa misma pregunta y que ignoro si una novela se desarrolla en el tiempo o lo construye a su paso, desde una vertiginosa carrera psíquica donde los objetos quedan como retardados.
También habrá de preguntarse usted si estoy en el andén de una estación o en el tren que acaba de partir pero, si lo piensa detenidamente, tal vez renuncie a esas tortuosas formulaciones.
Quizá, señor, el escritor- hombre no lo encuentre en ninguno de estos dos puntos. Ni qué hablar de buscarlo entre un saludo tardío o sobre las vías.
Creo que en este lugar se halla la primera de las cuestiones: historia y ficción. En el centro estén tal vez los recuerdos y la memoria, tomando a esta como una forma inasible y curiosa del pensamiento. La poesía es también una forma del pensamiento pero antes de que se produzca.
Finalmente y a modo de aclaración inútil verá usted que hasta el momento me encuentro sobre un lado del péndulo. Esto es haber volcado en mis notas ciertas experiencias, (no pocas), y, como usted bien sabe, una experiencia es intransferible. Ni bien intentamos dársela a otro éste recibe sólo una teoría de la experiencia, cosa que me disgusta profundamente, al punto de buscar un género menos literario y más humano.
Es claro y notorio que una sucesión de calzoncillos y medias sucias no interesaría a muchos lectores como tampoco se comprendería un suicidio de las especies.
Espero, señor asistente, no se halle usted preocupado. De estarlo recuerde siempre que la literatura es más inofensiva que la historia, y que todo lo que hagamos o dejemos de hacer son nimiedades.
El motivo de esta carta, lo habrá intuido, es mi ausencia, ya que me he visto obligado a viajar por razones familiares.
Sepa usted disculparme. Espero verlo, niebla mediante, muy pronto.
Le adjunto unas prositas breves.
Puse la hoja en un sobre. Abrí la puerta y lo clavé en ella.
Dejé la casa en penumbras y, en silencio, puse el agua para el mate mientras pensaba a Juarrós cuando afirmaba: “no dibujaba puertas. Sabía que no se podía entrar ni salir.”
Tres cosas se me hicieron obvias: mi falta de libertad, la tenacidad de la llovizna y mi rechazo por hablar con el asistente.
Encendí un cigarrillo junto con la ausencia incorporada de Laura.
Una babosa se movía con extrema lentitud por la ventana. La dejé, no podía hacerme ver. Encendí el horno para evitar el moho. Sentí  calor y eso me recordó el sol.
La puerta crujió. Dejé el cuaderno en el piso y esperé agazapado. Pasaron unos segundos hasta que, finalmente, me asomé  apenas.
.-Piedra libre por una nariz.- dijo Ernesto sacudiendo el sobre frente a mis ojos.
De buena gana lo hubiera matado pero sólo atiné a murmurar en un grito: dejá esa  carta donde estaba y pasá rápido. Obedeció incrédulo. Una vez adentro le expliqué lo necesario y nos llevamos el mate al baño. Me senté en el inodoro. Ernesto en el borde de la bañera. Con un gesto me pidió fuego, después se acercó diciéndome al oído:- ¿no será mejor matarlo? porque yo  me siento como un idiota.
Tomalo así: no le vamos a quitar la vida, le vamos a adelantar la muerte. El tipo es medio tristón y siempre se va por la costanera. La altura es buena al cruzar el puente, un empujón y listo. Sin motivo aparente van a suponer un suicidio o un tropezón en la niebla. Lo único a tener en cuenta es la prontitud y dejar tus estúpidos valores de lado.
Pensalo de este modo: el mal no existe si la víctima lo ignora, por eso la importancia de la rapidez. Fijate que vos podés engañar a tu mujer y ser felices los tres pero, y ahí está el problema, si ella se entera va a sufrir, entonces ya no sería ético, estarías haciéndole un daño. Si me seguís te habrás dado cuenta que en política es parecido. Mantener un pueblo en la ignorancia es casi proveerlo de felicidad. Claro que en este caso no es tan sencillo por el apego de la gente a los resultados, y es así como nacen el dolor y la rebelión.-
.-Tu sentido de la ética es algo curioso.-le dije, pero si seguimos con la ginebra es probable que logres un seguidor.-
Ernesto deliraba. La humedad nos pegaba la camisa a la piel. Le acerqué un mate.
Me asusté cuando la puerta, hinchada, se abría raspando el suelo. Nos quedamos mudos mirándonos como para decidir quién se animaba a echar un vistazo.
Parada en la puerta del baño Fernanda se  abanicaba con la carta. Después la cubrió con un nylon y volvió a dejarla en la puerta.- si no va a ser imposible leerla.- dijo, haciéndose un lugar en la bañera mientras protestaba por un mate y nos sentenciaba que parecíamos  hijos pariendo madres. A un tiempo Ernesto y yo le hacíamos señas para que no levantara la voz. Ella hizo un gesto cómplice y nos habló bajito.
-Parece que la humedad ha deprimido a la gente. Todos esperan un viento sur que se lleve las nubes. Por lo pronto me gustaría conseguir cloro.-dijo.
.-Y eso cuándo va a ocurrir, me refiero al viento-  preguntó  Ernesto.
Fernanda iba a responder cuando sentimos un ruido en la puerta y todos nos callamos haciendo mutis con el dedo. Después de esperar unos minutos se asomó a la ventana haciéndome señas. Me arrimé despacio. El asistente se alejaba con el sobre en la mano. Respiramos aliviados.
.-Te dije que habría que matarlo.- insistió Ernesto.-
.-Mejor traé el mate a la cocina que yo quiero hacer pis.- le respondió Fernanda.
.-Acepto en plenitud pero reincido: es mejor eliminarlo. Una noche negra por la niebla, en la brumosa costanera nos deslizamos como reptiles. Suspendemos el aliento en el aire espeso, que no se escuche el rumor de nuestro corazón abastecido de culpa y pánico. Un caso de higrocidio dirá alguien porque vos sabés la importancia de las palabras. Sin ellas no hay hechos o son dudosos y entonces...- Fernanda volvía del baño y lo hacía callar metiéndole un criollito en la boca mientras me pedía agua caliente acercándome la pava.
La pequeña ventana de la cocina da a un patio ciego porque no comunica, en realidad, a ninguna parte. Angosto y sin salida, lo forma un muro de dos metros, un viejo árbol y el cielo por detrás. Una mancha de humedad ha crecido sitiando el costado de la alacena. Miro fijamente la pava y la cocina sucia, después el techo con grandes parches de yeso y otros de pintura azul.
.-¿Y Ernesto ?.- Le pregunté, dejando la pava sobre la mesa.
.- Se fue por ahí, seguramente a tomar algo. Para colmo desde su renuncia a ser humano está cada vez peor.-
.-¿ Cómo es eso ?- pregunté  sin entender demasiado.
.- Claro.- siguió.- afirma rotundamente que es caosiano: un habitante del planeta caos.-
Me quedé en silencio. Fernanda miraba el mate entre las lágrimas. Sonrió con tristeza cuando le dije que se fuera a buscarlo. Asintió con la cabeza abriendo la puerta.
.- Fernanda, después te voy a dar una carta.- le dije reteniéndola del pelo.
.- ¿Para el asistente?, ah no, qué tonta, ya sé, ya sé.- respondió a mi gesto perdiéndose después entre la niebla.

Tomo mate y escucho al “Nano”. Llueve copiosamente. Sin furia. Vuelvo atrás, otra vez a “Balada de Otoño”. He sacado la cabeza por la ventana mojándome la camisa hasta el pecho. Se siente un olor fuerte a frituras, croquetas creo. Siento una presencia humana, diría que casi gloriosa y dignificante. Gusto del acontecimiento mientras el Nano sigue con “La Paloma” y yo con estas notas sobre el mediodía de un martes de abril.
Me pregunto si lloverá sobre Laura y puteo en voz baja.

Debo convencer al asistente de que la palabra es al hombre como la mano al brazo, una extensión inevitable. Así le será suficiente conocer unos pocos relatos y poemas. Algo para evitarse la penosa tarea de contar una historia forzada y asistemática. Tal vez, con algo de suerte, pueda remontar mi mano y trepar por lo menos hasta el codo.
Quitarle también esa molesta costumbre de preguntarme cosas acerca de la literatura, como si yo pudiera pensar las palabras sin palabras, o con ellas descorrer la niebla. Y si es cierto que toda novela es autobiográfica entonces habrá de sospechar la luz con sólo ver su sombra.
Me preocupa, por otra parte esta especie de réquiem clasificado por escuelas o tendencias. Y no sé si sería grato reconocerla como el desarrollo de la muerte del hombre y, menos aún, por su escaso nivel de aprendizaje histórico.
He abandonado la ventana. Por simplificación pasé de dos comidas a sólo una, en la siesta o comienzos de la tarde.
Escribo la carta prometida a Fernanda empezando por el sobre:
“Por tu intermedio a quien corresponda...tal vez nadie”
“Nuestros amigos me visitan casi a diario. Yo siempre estoy aquí. No han cambiado mucho, en verdad creo que yo tampoco. Ella es como una hoja triste y Ernesto el borrador de un loco, empeorando cada día. Cuando se van vuelvo a mis cosas y tu recuerdo hace enmudecer hasta el silencio.
 No he logrado otorgarle independencia a las cosas, aunque tengo el presentimiento de que existen sin nosotros: el cine, el viejo paraíso aquel, nuestro banco destruido junto a la isla de los patos. Todo vivirá sin nosotros con una libertad  que de buena gana le quitaría.
Algo bueno tiene la bruma: el sol pone en evidencia los detalles. Entre la niebla, en cambio, quién distinguiría tu pelo de mis manos, tus lágrimas de mi lengua bebiéndolas. Entre la bruma no recordaría nada de vos ni de mi  y el gris sería un gran triunfo de siluetas que van o vienen como esa pollera mecida por el viento en tu cadera.
Hubiera deseado una tragedia, apocalíptica y breve  pero no esta ausencia largamente cotidiana. Cuando deje de extrañarme será que he dejado de extrañarte. Me pregunto  si existís, si te llegará esta carta y la leerás. Extraño el bullicio de mi estómago cuando me hablabas. Te quise tantas veces que parece siempre.”
Dejé el sobre en el escritorio y me acosté.

Hace dos días que no llueve pero el cielo permanece gris y no hay viento, ni esperanza de que una noche cualquiera comience a soplar. Por ahora los higrófilos viven a gusto en una tierra de babosas y gusanos. La gente los ignora, así muchos mueren pisados en las veredas o bajo las ruedas de los autos dejando un líquido viscoso.
Es la hora de la tarde y escribo, en una anticipación del musgo, al asistente.
Me limito sólo a reproducir  un conjunto de poemas que he llamado “De Vigencias y Actualizaciones”. Escritos hace ya algunos años me liberan de pensar y apenas transcribo, pero no caigo en la trampa, en creerlo como una imperiosa necesidad de comunicarle algo. Concibo esa dolorosa certeza de que actúo por vaguedad mental.
Cuando llego a “Te sobra lo que falta” y “Dulce Príncipe”  me interrumpe Fernanda y con gusto abandono estas notas.
Ella tiene la sutileza de no preguntar y rozarme las mejillas  como diciendo: bueno, ya pasó. Me abraza y yo siento sus senos pequeños y tibios contra mi pecho. Casi no puedo creer que eso salve a nadie.
Tamaña contradicción puede explicar la condición humana, pero salvarla no. Todo es un prolijo resultado de la impotencia  o su justificación.
Me retiro un poco aunque tengo frío y siento que no es bueno pensar la cosa desde adentro, pero está la excusa del mate para irme a la cocina. Ahí me quedo solo, mirando la hornalla y fumando. Sé que del otro lado permanece Fernanda  con sus senos encariñados. Me digo que las mujeres se llevan con ellas, aunque no lo entiendo bien.
Demoro el fuego pero sé que tendré que volver  y hablar cuando es lo menos sensato que puedo hacer.
Finalmente cometo lo previsto y entro protestando cosas de la niebla con el cigarrillo en la boca que me hace llorar a mares.
Fernanda me mira con una pena muy parecida al cariño. Después quita todas las molestias de  mis manos como el único vínculo que nos separa. Y ya estoy sentado en la cama mirándola desprenderse la blusa, rozándome apenas los labios, y yo que no me acuerdo muy bien pero la memoria es tan curiosa que vuelve antes de perderla: el reencuentro de la aguja en el pajar. Claro que también está Ernesto buscando quien sabe qué entre chicos, ginebra y perros de plaza, todo apenas visible entre la bruma, como un linyera del sur y la utopía, porque nadie como yo sabe, ( Ernesto también ), que esto no puede ser, aunque sea tan lindo y uno empezara a vivir por lo menos un instante mientras la niebla o un viento sur o que Laura sople desde más atrás de las sierras y de verdad pudiera jugar el juego. Decir después que de verdad nosotros no fuimos, que eso de la libertad no es para tanto y ya nos tiene cansados.
Pero nada es así, entonces, claro, tengo que besarle la frente, agradecer y decirle que es muy buena, y linda y querible  pero yo no puedo. Escucharla decirme que elijo la profunda convicción de un idiota. Prenderse de nuevo la blusa, abrazarme sin enojos  porque Laura y reprocharme el mate frío mientras yo la puteo y nos reímos a borbotones.
Fernanda se ha ido al filo de la noche: Antes se llevó mi carta para Laura, advirtiéndome lo improbable de dar con ella, y dejándome el diario donde se comentaban las posibilidades de un cambio en las condiciones meteorológicas.
No lo leí, era previsible e inocuo.
Mucho menos previsible e inocuo que Ernesto: Todavía recuerdo cuando me dio a leer su “Informe sobre Humanos”, tan preciso como desolador. O cuando me decía: el tiempo es la variabilidad negativa del ser.
Claro que al poco tiempo entró en  una especie de laconismo superlativo. El punto de este extremo lo constituye un soneto sin palabras, escrito sólo a base de puntos suspensivos y signos de interrogación,( cierta vez llamó su atención que no existiera un monumento a tal signo ). El soneto, que respetaba sus características, finalizaba con un estremecedor punto final.
En cuanto al primero de sus escritos me resultaba obvio que su actitud provenía de afuera, desde algún misterioso lugar.
Tal vez por entonces debí suponer que su alejamiento no era matafórico sino premonitorio.
Me dormí, no sin antes mirar por la ventana, expulsar un par de babosas  y mis desatinos con el asistente.
Sin esperanza en Laura. Lloviznaba apenas.

Me desperté tarde. Un papel bajo la puerta me invitaba a participar de nuevos cultivos hidrófilos, más aptos a la humedad, y una cierta plegaria donde se condenaría la herejía implorando un viento sur.
-¡Señor, líbrame de tus  defensores!- pensé . Sin embargo respondí que sólo era necesario  esperar algunos centenares de años para que nuestra especie se adaptara.
Era una mañana terrible, silenciosa como un Apocalipsis.
Mi ventana, que parecía empequeñecerse con el correr de los días, al extremo de que Ernesto intentara su medición, cosa que hizo con un palo de escoba y después con un hilo que estiraba a gusto y disgusto, no me permitía intuir –porque ver no era posible- si tal vez Andrómeda había girado levemente a izquierda o derecha. En verdad ni siquiera me era posible atisbar las casas que parecían haberse retirado mientras yo no tenía más opción  que resignarme a su partida.
Sólo he tenido dos visitas: un miedo extraño y una especie de tic en la nuca. Algo que me obligaba a mover la cabeza diciendo que no. Negando no sé qué. Como si esta mañana inmensa pudiera desmentirla una conjetura patológica.
Me he puesto en la penosa tarea de responder a las urgencias del asistente.
Dispuesto a unas pocas palabras escribí:
Sr. Asistente:
Ruego su empeño en ser comprendido:
La palabra es como tener en la mano una navaja y una flor. El corte se hace inevitable y confuso. La navaja se torna ingenuamente perfumada y se duerme  entre labios malheridos y pétalos amenazantes.
Señor asistente; estimado amigo: mi demora se deba, tal vez, a que he salido a buscar un perro viejo y callejero.
Inútil, me dije, ponerme en la tarea de restaurar  antiguos dogmas. Si el perro es viejo mucho mejor.
Así como el sol, (que ya ni recuerdo), se suicida en la mañana que él mismo ha creado, la tarde ha practicado su propia eutanasia.
Señor asistente: por estas regiones los hombres están tristes como roperos  y quizá una metáfora no sea otra cosa que una pena vistosamente ataviada y en camino.
Tal vez deberíamos volver a la niñez. Sería como golpear a la puerta porque ya no habrá puertas. La utopía, siempre delante, hoy paradójica, nos muestra la espalda del niño que fuimos y aún espera ser alcanzado.
¿Me creería usted si afirmo que tendrán que crecerle manos a las palabras?
Por otra parte y volviendo a sus permanentes inquietudes, quisiera recordarle que, al decir de mi amigo Ernesto, la más grotesca de las mentiras se torna verdadera cuando es compartida por un importante número de personas, concepto que seguramente compartimos, tal su evidencia.
Razonamiento que me traslada, inmerso en la globalización , a suponer que todo es cierto, menos aquello que sabemos.
Ya por el año, creo que 1918, Charles Chaplin aseguraba en “Armas al Hombro”: se lucha por el reparto de lo que ya está repartido.
También compartirá usted que nuestros políticos han pasado de la diplomacia a la torpeza en un rodar de máscaras carnavalesco.
Según me recordara usted, a esta altura de los acontecimientos, pensará en Erich From  y una ética de mí mismo.
Me adelanto a recordarle que un concepto ético supone, antes que nada, un concepto electivo. Una ética de mi mismo que contemple al “otro” hace referencia más a una definición a priori que a un ejercicio ético.
La idea es seductora pero falta el conflicto. El problema consiste en que el “otro” existe. Toda ética de mí mismo debe incluir de manera esencial al otro pero no como sujeto “virtual”.
Imagínese usted dos soldados, desconocidos uno para el otro. Se encuentran frente a frente con sus fusiles. Algo debe suceder.
Ambos poseen una ética que contempla al otro, sin embargo uno debe morir. Al sobreviviente sólo le resta perder la conciencia  o crear nuevas teorías.
Aprovecho la situación  para adjuntarle una de mis prositas  que data de mi juventud y decía al respecto:
 “Cercano el mediodía los vencedores se retiraron. Poco antes los vencidos habían huido a las montañas.
En el campo quedaron, boquiabiertos, los motivos”
Es curioso que dos personas, absolutamente desconocidas entre sí se maten, como es altamente sospechoso que otras dos, generadoras del conflicto y altamente conocedoras una de la otra jamás lleguen a consumar agresión alguna.
En ocasiones no quiero pensar otros argumentos y considerarme diferente, de que se percaten, ser mirado de soslayo. Tal vez acusado.
Antes decía: casa, nube, renacimiento, mujer, y era como estar nombrando palabras apocalípticas. No entiendo, hoy, a ciertos escritores pretender dar a este contenido el dolor, el vasallaje y la muerte. Y son tan repetidos estos nombres que uno no puede mencionarlos sin caer estrepitosamente en un estereotipo.
No sé si usted me comprende pero quiero decir, entre otras cosas,  que si los ofidios tuvieran el don de la palabra  lo primero que harían, sin dudas, es negar su condición de ofidios.
Al decir de Ernesto la piel ya no contiene la sangre y nos sabemos en situación  de alto riesgo cuando cae la noche y no  hay palabra que nos cobije o ampare .
Estimado amigo: me  despido de usted por unos días con esta suerte de  muerte súbita del discurso.
Vaya mi saludo con todo respeto.
Espero poder adjuntarle alguna prosita.



Cerré la carta y destapé una botella de vino y una lata de atún.
Me senté en la cama dispuesto a tomarla despacio.
Flotaba la niebla. Sé que oscurecía cuando Fernanda me despertó con un café, haciendo a un lado la botella vacía.
-Ahora le ha dado por gritar. Sí- Repitió- gritar a cualquier hora y lugar. Dice que es malo dormir y no soporta a la gente en ese estado.- Y lo peor es que  no falta quien haga lo mismo.
-Es el viento -dice- nadie lee mejor que el viento-
Si antes se vendían ventanas antihongos ahora se están  empezando a fabricar ventanas insonoras.
-El otro día, en medio de la plaza, me besó en la frente diciéndome que el tiempo era una caída  y salió corriendo a chapotear en el agua con los chicos.
Ayer me dijo que había que expropiar los campanarios y ponerlos en las esquinas como semáforos. Y después murmuró “no dejes que me vaya”
-¿ Sabés que hice?- creo que sí- le contesté- te lo llevaste a la cama-
-No hicimos el amor- siguió mientras jugaba con el mantel- se acurrucó en -mi. Sé que lloró porque me mojó el camisón y se negó a que le besara los ojos.
No puedo seguirlo en ese viaje. Sé que todo le duele pero no puedo decirle que está bien, que hay que gritar ... no sé.
-Conozco un pequeño relato que te voy a contar- le dije.
La luna giraba, enorme y blanca, en el cielo infinito.
El niño le pidió a su madre le alcanzara la luna que giraba en silencio. La madre le dijo que no era posible, que la luna estaba muy lejos.
Día tras día el niño insistió.
Finalmente, en un esfuerzo por alcanzarla, su madre tropieza y cae.
Al niño sólo le quedó el  silencio bajo el cielo infinito.
Pasado  el tiempo, ya hombre, sueña la luna girando, enorme y blanca, en el cielo estrellado. Entonces el hombre le habla, grita, a veces aúlla, y no sabe si la luna lo escucha pero entiende que la palabra es lo único que tiene para alcanzarla.
-La palabra es la cruz y la escalera, ¿no?- me dijo tratando sonreir mientras yo seguía como si hablara de lo mismo -¡Pero cómo lo querés carajo!-
-Mirá flaco, Ernesto no me deja alternativas,  no sabría cómo olvidarlo, o cómo no quererlo.
-El problema es que yo no puedo ser un escudo- admitió después- algunos ya lo han tomado como un abanderado del viento y esperaran sus gritos desgarradores-
-Y la policía también- agregué en una broma que ella no festejó en absoluto.
-Hace dos días que no aparece- me dijo preocupada.
Pensé unos minutos y le indiqué tres o cuatro lugares que solía visitar, junto a un par de plazas donde estudiaba a los humanos.
Me dio un beso y se fue.
Sentado sobre la mesa destapé otra botella de vino y una lata de sardinas. No llovía.
Que Ernesto se dijera caosiano, que su misión fuera realizar un informe sobre humanos ya no era un juego. Era una realidad incomprensible y difícil.
No  podría afirmar que estuviera loco, a menos que  por esto  se entendiera un revolucionario fracasado.
Recuerdo que solía hacer palomitas de papel a los chicos -No les enseño su construcción- decía- confío   más en la magia  que en la mecánica  simetría de unos pocos dobleces de papel.

-Llegan justo para las sardinas- comenté a modo de saludo cuando los vi entrar. Fernanda estaba de mal humor y Ernesto no daba con la puerta.
-Loco de mierda, vos y los pájaros, vos y caos- le tiró como una piedra. El caosiano recitaba Shakespeare con un ¡oh si esta sórdida masa de carne pudiera deshacerse en lágrimas! Yo preparaba café negro mientras Ernesto seguía –hubo un tiempo que cualquier rumor nocturno me causaba espanto-
-che, ese es Macbeth- le grité desde la cocina. Después del café Fernanda lo levantó haciéndome un saludo cómplice.- Ya ves- terminó Ernesto – juguete del destino soy, y no me digas nada, ya sé,  Romeo- alcanzó a decir mientras se lo llevaban a la rastra.
Afuera, la niebla creaba un efecto clonación, la gente caminaba entre la bruma como fantasmas idénticos, autos grises corrían sin apuro hacia la costanera, ahora monocromática y lánguidamente poblada de tipas grises. Nunca el cielo estuvo tan cerca, bastaba estirar un tanto los brazos. La eternidad estaba entre nosotros.
No se hablaba de otra cosa que no fuera el tiempo y la esperanza puesta en un viento sur, todo en el tono cansino propio de una forma  dictada por la índole de su contenido.
A diario se sucedían conferencias, seminarios y tediosas reuniones, todas orientadas desde y hacia la niebla.

Me levanté temprano. Bajo la puerta había un sobre, leí. Tomé una birome y me puse en la tarea de responder:
Estimado asistente: Acabo de encontrarme con su misiva y créame que comparto, no sin preocupación, ciertas verdades que usted me deja ver. Sin embargo debe existir una cierta peligrosidad en las biromes, una zozobra o desazón. Nadie empuñaría un arma porque sí, algo impulsó el inicio, eso debe ser. Si después lo usa o no es otra cosa, pero el inicio está ahí. El mismo que yo tenía y acabo de perder. Claro que pude confundir inicio con indicio, y esto es algo de lo que también carezco, a menos que llame así a un puñado de recuerdos confusos y qué, quizás, no se encuentren en los ojos de Laura ni en los míos sino en una mirada que se levanta apenas, como los senos de una mujer cansada en esa vasta llanura de la memoria. Pero ocurre que no fue un inicio y sería demasiado concluyente para ser indicio. Imagínese estar en medio de nuestras efímeras humanidades y, sin embargo nos bastara para sentir, por un instante, que somos inmortales.
Aunque bien pudiera constatar que ambos estamos solos ese razonamiento sería siempre antes o después de la mirada. Antes por una ausencia sospechada intelectualmente, después sólo por una corroboración empírica.      
Y tal vez aquí entre la birome, una linealidad absurda que nunca podría montar nuestra mirada sobre una sucesión de puntos novedosos.
Me preguntaba usted acerca de la literatura. Le diré que jamás entendí cómo una persona puede estar en un lugar mientras yo estoy en otro. Creo que por eso escribo, por simultaneidad, sólo porque algún otro y yo estemos, a un tiempo, en el mismo lugar. Tal vez, desde la concepción de la literatura como la síntesis estética de una obsesión se desprenda que la actitud del poeta sea esencialmente perversa, consistente en contaminar, contagiar, casi un sentir la injusticia de ¿ por qué esta mañana solamente a mi ?
Entiendo que ciertas notas particulares anidan en aquella fractura expuesta de la realidad, hablo del cuento, pero mucho se ha dicho ya sobre el tema, demasiado si tomamos también a los críticos, con quienes nada me une ni me aleja. Sí habría que recordar que el poeta entra por la ventana, el crítico, en cambio, por la puerta. Recién después se levantan los muros y pretenden explicarnos qué es eso de un hombre bebiéndose un costado de la razón.
Afirmaría, en cuanto a los críticos, ser portavoces de un mal que ignoran.
Señor asistente, interrumpo aquí nuestra comunicación que prometo será reiniciada cuanto antes. Hasta pronto.

Diría Ernesto: el domingo no es un día, es una víspera. A pesar de él supongo que es domingo por la tarde. La radio trasmite una conferencia sobre cultura hidropónica. Me he cansado pronto y pasé a Chopin, al preludio número quince, a George Sand ausente, una tormenta y una gotera sobre aquel piano.
La niebla y la ausencia se parecen, sabemos qué hay detrás pero no lo tenemos, una fractura sin posibilidades de reecuentro. La niebla también, sólo que es neutral.
Me desperté pasada la medianoche.
-¿Viste las estrellas?- me preguntaron a dúo Ernesto y Fernanda. El aire estaba espeso, asomado por la ventana se podían ver algunas estrellas. A ella parecía no importarle que Ernesto destapara una botella. Nada era tan importante como el cielo. Bebimos hasta quedarnos dormidos, al amanecer.
Mas tarde y gracias al matutino local pude enterarme de ciertas manifestaciones de la fe. Horas después y a través de Fernanda también que un grupo de vecinos se había juntado frente a su casa vivando el nombre de Ernesto. -¿Y Ernesto?- pregunté –lívido, saltó por la ventana de atrás  corriendo como un loco- Se pasó la mano por el pelo mirando la calle y siguió- después lo encontré en la plaza, desmesurado y triste como el lánguido banco que ocupaba. Señalando un pájaro en el aire me dijo: fijate, la gran paradoja de las alas, elevar aquello mismo que las retiene.- Fernanda se quedó mirándome unos segundos, me rozó apenas con un beso la mejilla y salió a buscarlo.- está oscureciendo- me dijo.
Volví a la cama. No tenía sueño. Me levanté y comencé a buscar escritos para el asistente, pero no fue gran cosa mi selección y desistí.

Despertar y mirar por la ventana fue un solo movimiento. No se veía más que uno cuantos metros.
-No insistas- murmuró Ernesto- vinimos tomados de la mano para no perdernos-  Sentado en la mesa balanceaba sus piernas, ella, a su lado, tomaba mate con grapa. Los tres mirábamos la niebla que parecía subir desde la tierra y pensábamos lo mismo. Encendí un cigarrillo mientras recibía un mate y las críticas de Ernesto por el encendedor que acababa de quitarme.-¿Qué querés ?- le dije– con  la humedad los fósforos no prenden-
-No hay por qué preocuparse- masculló después besándonos en la frente -no ha perdido el árbol sus raíces ni el pájaro su ansia irrevocable. Todo está, permanece, todo es un sueño, claro que algo incómodo. Tendríamos que ver al intendente para que nos provea de linternas y camisas refractarias-.-¿Por qué no te callás ? lo mejor de la bruma es que no puedan verte, te van a culpar a vos- le dijo Fernanda al borde de la furia. Por primera vez él la miró en silencio y obvió el mate para tomar de la botella. Lo imité. Ella paseaba la mirada de uno al otro hasta agregar riéndose-después de todo a lo mejor la culpa es tuya y los únicos en no darnos cuenta somos nosotros –
La visibilidad era ahora de unos metros mas y Fernanda sugirió irse aduciendo razones de seguridad. Ernesto acató humildemente besándome, según la costumbre caosiana, en la frente y se fueron perdiendo en la niebla  antes que el cuchicheo de sus voces.

Amaneció a las diez, me dolía la cabeza y estaba sediento. Acodado en la ventana destapé una cerveza helada. Me preguntaba por qué escribí al dorso de un volante –no creo en la verdad-. Supongo ahora que la grapa ha tenido alguna relación con el descubrimiento. Sospecho también que en esas palabras hay Laura a uno u otro lado de la niebla, buscándome o huyendo. Pareciera la ignorancia un duelo entre aquello que pasó y dudamos y aquello que sentimos recordar anticipadamente al hecho. Bien podría la memoria no ser tan importante. Y a no ser por los lobos pasar por alto Laura y Aranjuez, Laura y un otoño desde la ventana. Sólo por no saber más de la cuenta atribuirlos a una de mis tantas pesadillas, que no me importara la bruma y no me quedara ciego detrás de los cristales. Que saliera a esa calle pobre como una aldeana sin caer en el costado que me faltara y no sacudirme como un perro para echarme después junto al fuego…y seguir temblando.
Hacía varios minutos que escuchaba ruidos extraños, como si un animal arañara la puerta. Pensé en el gato de doña Ana o el rubicundo perro de Joaquín. Finalmente me asomé por la ventana armado de una escoba. Al otro lado, cuerpo a tierra y con una botella a modo de fusil Ernesto me hacía señas indescifrables. Le abrí la puerta.- Según parece aún conservo esa perniciosa manía de vivir.- Me dijo. Le sugerí una mejor y más digna para su cuerpo, lo que no hizo sino después de traspasar el umbral. Estaba embarrado, se sacudió como un perro y destapó la ginebra.- Lindo rincón este- dijo- no hace tanto tiempo yo andaba por los barrios, ahora es como que me estoy por los rincones. Cuando hay muchos hombres en los rincones ya no parecen rincones. Son  patrimonio de la humanidad, los han globalizado y es inútil buscar a tientas un costado, una salida. Un triángulo tiene tres, un cuadrado cuatro, si todo fuera redondo como una pelota sería un solo rincón. A veces las variantes nos confunden, nos hacen creer en la esperanza de encontrar nuevos rincones y toda nuestra estrategia de vida consiste en encontrar un rincón y alguien para compartirlo. No decimos cantos, salmos, poemas ni discursos; decimos rincones que son alabanzas o protestas para exigir más rincones.-
 Le propuse un descanso mientras ponía el agua para el mate, no debía ser nada confortable avanzar como un reptil. Desde el comedor me gritaba- no te tranquilices, no descanses, no reposes ni te amanses, no te aquietes ni apacigües. No ames el vuelo porque tu corazón agoniza y, boca arriba, no tenés más elección que el cielo.- Comprendí que la mano venía pesada. Le estiré un mate y un cigarrillo que fumó con la voluptuosidad de un condenado.- Lo que pasa- siguió- es que le rompí una botella en la cabeza al gringo, allá en la horca, (era un bar), y me fui corriendo. Poco después tuve problemas en el almacén de doña Clara, me gritaban ¿dónde está el viento, dónde está? Y agitaban los puños. Por eso decidí llegar sin ser visto a tu bunker.-
Me serví una copa y caminé hacia la ventana. No se veía gran cosa, era más lo que yo podía recordar. Le pregunté por qué lo de la botella.- Ah- me contestó- es que discutíamos por la niebla y yo le dije que no existía más que en nuestros cerebros retorcidos como papeles en el fuego. El asunto es que se enojó y me dio una trompada en el ojo- ya veo- corroboré- bueno- siguió- ahí la botella en la cabeza y el gringo dando manotazos en el aire y yo retirándome porque soldado que huye y todo eso. Por si vas a preguntarme, no estoy conforme ni satisfecho para nada. Me siento un idiota. Un idiota que le rompe la cabeza a otro idiota igual que él pero que no lo sabe.-
Dejó la ventana, no podía ofrecer más paisaje que sus propios cristales. Se sentó en la cama, apoyando la espalda en la pared y tomó un trago.
- El otro día- comenté- le escribía al asistente: ojalá podamos encontrar la razón antes de haberla perdido, parece que ese no es tu caso- Pensé que iba a tirarme con el vaso, en cambio, con un gesto de cortesía me alcanzó el mate y una sugerencia- usted, amigo mio, debería ocuparse en que la locura se extienda lo suficiente como para que deje de ser considerada locura.- Apoyé el mentón en el palo de la escoba y confirmé mi teoría, la mano venía pesada, después seguí barriendo mientras Ernesto preparaba café. Cuando terminé le extendí un papel que estaba sobre la mesa.- una carta para Laura- le dije, esperando el comentario que no tardó en llegar.- las cosas que uno hace cuando está enamorado. Puede ser genial y portarse como un imbécil o ser muy sagaz pero no ver la columna que tiene adelante- se rascó la cabeza como quien usa un ritual para pensar mientras recogía nuevamente la carta y analizaba- me gusta esto de la correspondencia, del amor, de esa carta que enviamos sólo para verla volver a su remitente. Es típicamente humano, claro, que  contempla cierta homosexualidad implícita en el amor. Por otra parte, hay en tu misiva demasiados atributos románticos, demasiada llovizna y cristales empañados, etc. etc. pero esta complicidad es también  muy humana. Vos sabés que a lo humano yo le tengo cierto temor y cuando la gente empieza a ponerse de acuerdo  imagino desde un simple malentendido  a un genocidio en puerta.-
- .- Ahora entiendo por qué Fernanda te tiró una lata de paté por la cabeza- le dije- pero yo lo único que necesito es que entregues el sobre a Laura- Me pidió un mate con ginebra y fue a la ventana abanicándose con mi  carta.
- -Yo no tengo problemas- dijo por fin- pero esto es absurdo, llevarle una carta a alguien que no se si existe. Sumergido en la bruma, buscando a tientas tocando el hombro. Ya veo que acaricio al gringo y chau Ernesto- se acercó a la mesa pidiéndome un cigarrillo y agregando- ¿me imaginás escapando a centenares de manos disputándose mi pescuezo ? ¡qué tal ! muerto en cumplimiento del deber.-
- Oscurecía. Fernanda no tardaría en llegar y llevárselo como a un chico travieso. El amor, pensé, cuando es analizado se torna infinitamente cursi. De todos modos, al irse, Ernesto no olvidaría la carta.

Pasé dos semanas sin saber nada de él pero percibí, a través de los diarios, su influencia porque más de uno se había puesto a gritar, incluso una mujer había sido detenida y las declaraciones del jefe de policía acerca de las más elementales normas de convivencia eran elocuentes. Por otra parte, el nuevo ministerio de la bruma iba a tomar cartas en el asunto, lo que no dejaba de producirme cierta inquietud. El arzobispado, por su lado, afirmaba que dios jamás había gritado y exortaba a continuar orando con devoción en aras de un viento sur.
Los días subsiguientes los pasé entre una escasa lectura, correspondencias y una  limpieza superficial de la posada. No llovía pero se mantenía la niebla.
Finalmente, una mañana apareció Ernesto.- Por dónde va a echarse al viento con ímpetu furioso mi griterío ?- me dijo a modo de saludo emulando a Edipo. Todavía medio dormido encendí un cigarrillo alcanzándole otro a él que iba rumbo a la cocina.
-¿ Qué tenés en la cara ? – pregunté – nada, una piedra en la frente- y agregó- el infierno está vació. Mirá, es como decía Galileo que la desgracia procede de errores de cálculo, pisé un caracol y un grupo de helicicultores se enfureció porque el maldito era justo un reproductor. Dos o tres me reconocieron, sin vacilar en culparme y tirarme con todo lo que tenían a mano. Nada mejor que la soledad, claro, cuando es electiva, no como en tu caso que es una ausencia de, para colmo a medias porque están siempre esos pequeños recuerdos. Y a propósito, no pude encontrar a Laura, así es que si realmente vive seguirá, por lo que a mi respecta, en ese estado. Aunque vos, estoy seguro, la desearías muerta antes que con otro tipo, porque en vos, mi querido amigo, los celos son una intuición del tiempo.-
Yo tomaba mate y nada podía agregar ni desmentir ante la evidencia de sus conjeturas. Le pasé el mate a Fernanda que acababa de entrar, los de Ernesto eran espantosos.- Se ha generado una especie de memoria del sol -dijo haciéndose cargo- esto parece una muerte anticipada, ya no se consiguen ansiolíticos y la gente se enfurece por cualquier pavada. Han llegado algunos contingentes turísticos, pero lo que en un principio les pareció novedoso muy pronto los cansó y huyeron de la ciudad. Solamente se está desarrollando la helicicultura y los cultivos hidropónicos.-
-Me vas a decir a mi- confirmó Ernesto- agregando – después de todo la gente ama la entropía, sol, nubes, calor, frío, otra vez el sol y así sucesivamente. En cambio no comparten el orden idéntico y armonioso- Ernesto había empezado a delirar- lo curioso – siguió- es que si hubiera una pérdida de energía, por pequeña que fuera, debería entonces traducirse en una pérdida de información, es decir que pronto asistiríamos a una fractura entre pasado, presente y futuro.-
Simulé estar de acuerdo para asistir a la reacción de Fernanda que, sin dudar un segundo tomó la botella inclinándola ligeramente sobre la pileta- otra imbecilidad y la tiro- dijo con una mirada que pretendió amenazante.- Ernesto se arrodilló y en esa posición fue hasta ella – no, amor- suplicó- yo sé que soy ese hombre desquiciado y loco pero sabés que tengo en la cornisa de mis labios el argumento mas viejo, la altura complejidad de un beso – sos un degenerado- le dijo Fernanda estirándole la botella.
Yo pedía un minuto de silencio para escuchar el adagio del concierto de Aranjuez.- Es inútil, amigo mío, totalmente inútil- sentenció Ernesto pasándome la mano por la cabeza. Fernanda alisaba el mantel detrás de su ternura.
.- ¿ Cómo va tu novela autobiográfica ?- preguntó – pocas cosas hay más terribles que la mediocridad con aspiraciones- respondí.- no creo que sea tan mala- me consoló.- Lo que pasa- acotó Ernesto ante el pánico de nosotros dos – es que tu literatura parece un enorme y vociferante leucocito nadando en cicatrices de papel. Y es que un pensador se convierte en la primera de sus víctimas posibles. No ocurre lo mismo con los políticos que, en el mejor de los casos, son la última.- Cierto – dije padeciendo mi obviedad que era una constante cuando no sabía qué pensar.
Ernesto no escribía, según sus propias palabras, por la falta de correspondencia temporal entre sus pensamientos y la mano que lo transcribía. El pensamiento, afirmaba, es infinitamente más rápido que la mano, ergo, cuando he pensado por veinte o treinta páginas no he logrado escribir dos líneas, por eso me conformo con fijar mis pensamientos.
Después era yo, en realidad, quien intentaba tomar notas que me parecían curiosas. En verdad, creo que Ernesto no era capaz, ni lo necesitaba, de construir una metáfora, él mismo lo era.
.- Quisiera irme muy lejos- admitió Fernanda sentándose sobre mis cuadernos- si uno pudiera irse, si esta bruma- siguió como si estuviera sola y nadie la escuchara.- Es otra nuestra ley de gravedad- pareció responderle Ernesto- por eso no nos soltemos las manos y no es que me pierda yo o te pierdas vos, es que nos iremos de los dos.- Sospecho que nunca Fernanda escuchó una declaración como esa porque lo tomó de la mano y mirándose con una ternura desmesurada se fueron abrazados bajo la lluvia.
Cerré la puerta detrás de ellos y me quedé sentado en la cama.
Ignoro cuanto tiempo dormí. Estaba vestido. Me quité los zapatos mientras tomaba café caliente. No llovía, el aire estaba espeso, apoyé los codos en el marco de la ventana y encendí un cigarrillo. Alcancé a ver un cartonero haciendo su trabajo entre los escombros de la gente. Detuvo su carro junto a la ventana.- Qué mañana horrible- le dije a modo de saludo. Él se encogió de hombros con un – a veces es suficiente con despertar. Volví a mi mesa y los apuntes. Tenía hambre pero tomé mate con  unos trozos de pan.
Encendí la radio donde se escuchaban los últimos acordes de “Fuimos” de Homero Manzi : fuimos la esperanza que no llega, que no alcanza, que no puede vislumbrar la tarde mansa. Fuimos el viajero que no implora, que no reza, que no llora, que se echó a morir.
Afortunadamente, pensé, la esperanza es esencialmente irracional, más que la guerra o la injusticia y siempre sobrevive a la razón.
La niebla ha dado paso a la lluvia que cae nítida y pura. Tiempo atrás, desde cualquier parte de la ciudad yo corría a la casa de Laura. Ella lo sabía y me esperaba con un trapo de piso para que no le mojara la habitación. Habitualmente era inútil, yo la abrazaba y juntos mirábamos correr la gente bajo la lluvia. Era una fiesta. Aún en la pena era una fiesta.
Escuché las noticias donde el comisario Robles desmentía que hubiera demorados por el descomunal griterío en el colegio Nuestra Señora de Jesús. Ya no se aventuraban pronósticos del tiempo. Cuando se anunció la homilía del obispo apagué la radio y me acosté de lado. Creo que me dormí. Lloviznaba.

.- No quise despertarte- me decía Ernesto levantando su vaso a modo de brindis. Le pedí que calentara agua mientras me lavaba la cara. No respondió, encogiéndose de hombros, cuando le pregunté por Fernanda, Después se puso a cargar el mate y hojear un diario viejo. Me contó que había escuchado al candidato del frente por el viento, que era el doctor Aníbal Medusa o algo así y que afirmaba solucionar el tema de la bruma, según él causado por la falta de previsión de administraciones pasadas.
.-Puta, se acabó el cognac- observó, aferrado al sillón como si fuera a levantar vuelo. – A veces creo que lo importante hoy no es encontrar la verdad, es sobrevivir a ella- sentenció antes de quedarse dormido.
Abrí la ventana que Ernesto había cerrado y me acodé un tiempo. No demasiado porque la figura de Fernanda apareció del otro lado acodándose también ella desde la calle.
.- Ya sé- le dije con una caricia en la mejilla.- ¿ Sabés que fue detenido por abuso de menores- preguntó casi indignada- y no te rías porque jamás he visto a tu amigo en un estado de semejante desolación, ni siquiera se defendía, si no es por Pablo todavía estaría en la cárcel.-
.- Pasá que adentro se está mejor- le sugerí. Mientras daba la vuelta preparé café. Ernesto dormía entre pequeños sobresaltos. Fernanda lo cubrió con una manta y se quedó parada frente a él, como si así pudiera entender algo.
.- ¡El caosiano !- dijo con los brazos en jarra.
.- Muchos quisieran una revolución que los devolviera a sus sueños, a esa patria de la que nos sacaron a empujones- le comenté  con el café.
Poco después dormían juntos, les acomodé la colcha que andaba por el piso y me quedé en la mesa tomando algunas notas.

Hace tres días que no los veo. Ayer envié una carta al asistente donde le informo, tras extensas e inútiles explicaciones, que he desistido continuar la novela.
No llueve. El cielo permanece gris con una brisa ligera que no alcanza a mover las hojas. He abierto la ventana mientras releo un estudio de Foucault. Calle abajo trepa la melancolía y la niebla. Misteriosa ascesis de la noche. Me acosté tarde.

Amaneció con lluvia. Cuando abrí los ojos Fernanda alisaba, como siempre, el mantel de la mesa, a un lado estaba el diario que había traído.
.- La pava está hirviendo- le dije desde el sillón. Sin responder me señaló el periódico, que leyera las policiales. Con algo de desgano leí:
“ El cuerpo sin vida de un hombre, cuya identidad se desconoce, fue hallado en  la ruta doce a la altura del Km siete. El cadáver yacía en la banquina y presentaba un disparo en la cabeza. Fuentes policiales confirmaron que le había sido arrancada la lengua.”
El aire que entraba por la ventana entreabierta pasaba las hojas del diario.
.- Ya ves flaco- me confirmó - después de todo el caosiano tenía razón, nadie lee mejor que el viento-
Apagué la hornalla de la cocina y apoyado en la mesada le dije casi en un grito – no me acuerdo dónde dejé la yerba- por ahí, creo que en un tarro amarillo, uno que dice fideos- me contestó Fernanda detrás de la lluvia.

Apenas un perro buscando evidencias

Decía un escritor que no hay mejor manera de aburrir a otro que ponernos a hablar de nosotros mismos. Claro, esto cuando no trasciende porque, de alguna manera el artista suele hablar de sí mismo pero con un sentido que lo traspasa y, como la utópica lanza del Quijote, se hace universal.
Cuando George Sand viaja a París Chopin se queda solo, bajo una gran tormenta y una gotera sobre el piano. El músico no intentó correr el piano, aterrorizado nos compone el preludio número quince y desde entonces esa gotera la padecemos todos.
Desde que Charles Chaplin inventó el travelling todos podemos ver cómo alguien se va quedando solo en el andén. Y cuando, hace más de un siglo, José Martí escribió El Decoro bien podríamos decir, parafraseando a Johnny Carter: esto lo estoy escribiendo mañana y sería cruelmente exacto.
Tal vez desde que Van Gogh se cortó una oreja nos hemos quedado medio sordos y más se asemeja el arte a un testimonio que a una creación.
Sin embargo, el artista se parece a una raza muy particular de perros. Perro que ni bien encuentra un tizón encendido lo toma y sale, dolorido y gimiendo, hasta que da con otro perro que lo recoge y sigue el camino, igualmente lastimado y herido, para continuar así la historia.
Lo curioso del hecho no es sólo la tozudez del animal sino que la braza no se extinga con el tiempo ni la saliva.

Motivos

El mismo cuento que escuché de niño, con cierto afán de antología escribí en mi juventud.
El mismo cuento aquel es el que hoy les cuento, sólo que estoy más viejo y confirmo, en la misma pena, que de antológico tiene los motivos.

Impune

Hace tiempo escribí un cuento. No me gustó y lo tiré a la basura.
Arrepentido, la mañana siguiente, salí a la calle.
La bolsa permanecía en la vereda, el cuento yacía en la bolsa.
Nadie vino a detener lo que quedaba de mí.

Equipaje

A mitad de la noche acunamos un niño, nacida a penas la primavera.
Poco después, en la quietud de la madrugada, escribimos un cuento.
Llegado el otoño un día se lo contaremos. Él escuchará atento nuestra memoria y no será tan cruel el viento en los tejados.
Y cuando vuelva la última primavera será él quien nos dirá un cuento. Nos tomará las manos  como no dejándonos partir  y habrá de llorar, tal vez, un poco.
Nosotros diremos: -¡Qué bella mañana y este viento bajando por los tejados!

El estilo, en algunas personas, consiste justamente en imitar el estilo de los demás, de esta manera su identidad es producto no de una fijación sino del cambio.

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Hace tiempo que no leo poesía, sólo prosas encolumnadas donde encuentro, a veces, palabras como centauro, que no entiendo.


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La obediencia es paradójica, nos libera de pensar. De esta forma seguimos las conductas que alguien determinó siglos atrás. A no ser por unos pocos hombres la historia sería una larga siesta intelectual. Su estudio el estudio de sus interrupciones.


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Digo cosas más terribles a través del humor que en escritos serios, el vehículo es más confortable. Uno prefiere siempre viajar en primera clase más allá de cualquier destino incierto.

Límites

Alguien comete un asesinato atroz. Vuelve, poco después, a la escena del crimen y comprueba que el cadáver ha desaparecido. Mientras revisa cajones del escritorio piensa que tal vez todo fue un sueño y se debate en la tenacidad del límite. Abre un cuaderno tras otro hasta que un disparo le da en la cara. Intenta cerrarlo y sostenerse la cabeza que gotea en la frontera.



Siendo la moda un culto a lo momentáneo y puestos muchos en esta tarea se convierte en un culto a la masificación. Así, viviendo los hombres en permanente apremio por la masa logran una especie de continuidad. Son los individuos quienes, al ver esta corriente informe transcurrir, sienten desde afuera, la tragedia del instante.



El saber no ocupa lugar, es anfitrión amable de otros conocimientos y huésped atento de otras culturas. No así el dogma que teme ser expulsado de un lugar que no le pertenece y se ve en ruinas, azotado por el viento.


Los Delfines

“Caben más cosas en un corazón que en cualquier palacio. Es más elocuente el lenguaje de un delfín que cien metáforas juntas y atropelladas, y más bella una mirada que todos los ojos del mundo.
En el murmullo del río pueden leerse todos los tratados de filosofía y algunos otros a punto de ser escritos.”



Después Los Testigos

Terminados ya los festejos. Agotadas las copas y los brindis, la fiesta ha comenzado a bostezar entre servilletas. El silencio se explica en los rincones mientras el tiempo nostalgia paredes vacías.
Una muchacha y una escoba se han llevado cosas que olvidamos. La noche entra por la ventana y descansa en una silla. Se frota la penumbra de las manos y empieza a contar historias viejas.
La luna escucha fusilada contra las patas de una mesa.



Las personas obsesivas deberían ser tomadas en cuenta a la hora de ciertos diagnósticos de la realidad. Ellas fijan su atención en aquello que es motivo de la manía que frecuentan, a diferencia del resto que dispersa su mirada sin rumbo. Si un obsesivo afirmara sin pestañear que el 72 % de las mujeres son embarazadas a fines del verano o comienzos del otoño, o si otro pateara el suelo vociferando que la obesidad de los niños cuyanos es alarmante el INDEC debería correr por un anotador, las pañaleras invertir oportunamente y las dietéticas hacer campañas bien dirigidas y de jugosa rentabilidad.

El Solipsismo de los Amantes

La ciudad ha sufrido uno de los bombardeos más grandes de los últimos tiempos. Los amantes no ven, (o ven otras cosas). No escuchan, (o escuchan otras voces).
En lo que parece haber sido una plaza están sentados uno frente al otro. Mientras él acaricia su mejilla ella, absorta, hace rulos con su pelo.
Todavía quedan francotiradores y pueden escucharse estampidos de fusiles. Los amantes, ahora de pie, han comenzado ha besarse larga y profundamente. Muslos arriba inseparables se frotan, se mecen. Alguien corre pegado a una pared, después cae tumbado y se retuerce.
Los disparos buscan entre los escombros, las lenguas de los amantes en la boca. Sienten la saliva del otro como suya. Las esquinas nacen por grupos y se disuelven rápidamente. Los amantes tiemblan y amanece el orgasmo. Y cada uno cree que es del otro el gusto dulzón en la saliva.



El epitafio de Martín Nardo

No hubiera sido necesario abrir la tumba, ni siquiera preguntarse por qué el epitafio se justificaba a sí mismo. Claro que en estas leyendas rige más una utopía del muerto que la impávida realidad; pero sólo hubiera bastado conocer a Martín y a Laura o mejor, intuir aquel amor fronterizo a la locura. Y si bien es cierto que no eran los mejores en nada es también concluyente y fatal que cada uno era lo mejor del otro.
La muerte de Laura no sorprendió a nadie y menos a mi, que apenas si atiné pensarlo a Martín como a la intemperie, sin entender nada y rascándose la cabeza como un chico. Tal vez por eso no hubiera sido necesario abrir la tumba de Martín para constatar que estaba vacía, ni mucho menos repetir el acto en la de Laura y ponerse en la penosa tarea de clasificar restos óseos. Sólo hubiera bastado, como ya he dicho, conocer el alma de Martín para intuir aquella frase asegurando la soledad del epitafio en su lápida y que él había elegido un mejor lugar para sus huesos.

El Suicida

No era una esquina que uno pudiera suponer como generadora de multitudes o concentraciones. Tal vez por eso me llamó la atención encontrar gente agolpada en la calle, algunos con un pie descansando sobre el cordón de la vereda, que estaba libre; en algo coincidían, todos miraban hacia arriba, a la terraza de un edificio de diez pisos. El hombre estaba en cuclillas, muy cerca de la cornisa y de espaldas al vacío.
Jamás me tiraría de espaldas, aunque tuviera miedo, pensé al tiempo que escuchaba de boca de un chico- si se cae se va a morir por todas partes- y la respuesta de su madre- y va a quedar así de chiquitito pero callate que no me dejás ver-. Sin embargo, en su mayoría los pedidos partían con la sugerencia de que pensara en sus hijos o que era un hombre joven. Excepto alguien que le gritó- si tu mujer te engañó olvidala, siempre pasa lo mismo- a mi lado un barbudo le susurraba- che, imbécil, porque no subís y te tirás vos también- Apoyado sobre un árbol un filósofo, ( afirmo esto porque se llevó una columna por delante y sólo emitió un- todo es ser- ) agregó en tono didáctico- viejo, en la Argentina lo único irremediable es la estupidez- me pareció sensato y lo miré aprobando el comentario pero después la remató con un – tirate por todos que nosotros no podemos- y eso me pareció exagerado.
Junto con la tormenta que llegaba desde el sur dos policías desaparecían en el ascensor camino al techo del edificio. Sentada en la calle, una muchacha desenfundaba una guitarra entonando- quién dice que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón- fue ovacionada, algunos incluso con lágrimas en los ojos, pero no pude seguir escuchándola porque otra mujer con aspecto de esotérica hacía culpable a la onda épsilon y a no sé qué planetas interfiriendo no sé qué satélites. Sentí la necesidad de intervenir y cantarle “Manuel” de Serrat pero pensé mejor no, este se tira. Después recordé “Construcción” de Chico Buarque y tampoco, se tira más rápido me dije. Por fin empecé con de vez en cuando la vida toma conmigo café pero un abucheo generalizado me hizo cambiar de idea. Por suerte los policías,   desde la explanada del edificio nos pedían silencio para informar que no había ningún suicida- señores- decían a viva voz- el hombre sólo está cambiando el sombrerito a una chimenea. Por favor abandonen la calle-
Todo hubiera terminado ahí, en un simple error, a no ser porque alguien gritó- atorrante, por tu culpa voy a llegar tarde al trabajo- degenerado, traidor- gritaron otros. La madre del niño agregó- cobarde, en su lugar mi marido ya se hubiera tirado- por hacer una broma le confirmé que en lugar de su marido yo también me hubiera tirado y me alejé buscando la entrada al edificio que había quedado libre. Fue entonces cuando decidí subir.
- Buenos días- me dijo el suicida al verme - estoy cambiando el sombrerito a esta chimenea.
-Ya veo- pero allá, abajo, la gente está a los gritos- respondí.
- Y bueno, qué quiere que haga, yo los entiendo- afirmó comprensivo- pero tengo que cambiarlo antes que llegue la tormenta porque tengo la gotera justo sobre la hornalla imagínese-
- Creo que el que no entiende es usted, le dije- los ha defraudado, se sienten decepcionados pero, mire, piense un poco, se me ocurre una idea ¿ por qué no se para un par de minutos en la cornisa ? le van a gritar que no se tire, que piense en sus hijos y esas cosas. Después, cuando bajemos le dice a la gente que gracias a ellos no se ha tirado y que ha optado por la vida. Así todos se quedan contentos.
- Está bien- accedió- pero con una condición, sentado, porque yo tengo un vértigo bárbaro-
Sin embargo el intento no dio los resultados que esperábamos, abajo, la multitud se mantenía en los insultos. – supongo que ahora no va a pedirme que salte ¿ no ? – me dijo con una sonrisa. – Vamos, hombre que no estoy loco, bajemos.- le respondí, también yo con una sonrisa.
La gente, aún disgustada, entre voces de protesta comenzaba a dejar la calle y yo hacía lo mismo. Sólo un hombre vi desde lejos acercarse al suicida en el gesto propio de quien da un apretón de manos y se va después con el paso apurado.
Volví la cabeza por última vez. Llovía. La calle había quedado desierta, sólo el hombre de la cornisa permanecía, arrodillado sobre la vereda y mirando el suelo. Me acerqué pensando darle ánimo antes de irme y le dije- vamos, viejo, que no es para tanto-. El hombre levantó la cara con una sonrisa abriendo los brazos. Aún hoy no sé si para pedirme una explicación o simplemente para mostrarme un cuchillo que alguien le había hundido en el estómago.

Instrucciones Para Llorar Subiendo Una Escalera

                                                                                         Perdoname Julio

Procure llorar sin espasmos peligrosos, hágalo entre escalones o bien, de contar con ellos, en los descansos. No permita que la escalera lo distraiga de su tristeza, o le reste concentración para proseguir el llanto. Intente no dejar caer una lágrima al hacer el paso que se corresponde entre el ojo de un lado y el pie respectivo. Evitará el penoso espectáculo de encontrarse una lágrima en la media.
Procure no relativizar ambas funciones, sacrificando una por otra, su esfuerzo de equidad deberá ser duplicado.
Sujétese del pasamano y enjúguese con un pañuelo el ojo opuesto al brazo que lo sostiene. No olvide extraer el pañuelo del bolsillo respectivo a su mano libre, el caso contrario puede ocasionarle serios trastornos.
 Es recomendable no intentar ver las consecuencias de su llanto en ocasionales transeúntes o considerarlos, incluso, semejantes. Considere el solipsismo una sustancia inevitable del llanto.
 Dirija siempre su capacidad motora a la escalera y la sensitiva a la mnémesis del dolor.
Regule la duración del llanto con la extensión de la escalera ya que, finalizado el ascenso y en terreno llano, la fuerza inercial de su llanto puede recorrer zonas imprevistas.


El Grillo



El Grillo 1: “Solo el grillo”

   Nadie ha llamado.
     Tras la puerta canta un grillo y, aunque no entiendo su mensaje me dejo llevar por su voz monótona y solitaria. Mañana volverá con la tenacidad de su esperanza.


El Grillo 2: “Las puertas”


     Ciego a su instinto el grillo continúa su canto.
     Nos separa sólo una puerta y la conciencia del silencio.
     A esta hora parece la noche una interminable sucesión de puertas. En sus límites duermen los hombres.


El Grillo 3: “Los escombros”

     ¡Canta grillo, canta! ¿O deberé repetir como el rey maldito?
     “Hubo un tiempo en que cualquier rumor nocturno me causaba espanto”. ¿Puedes ver el viento de la noche golpeándome la ventana, acicalándome los párpados? ¡Canta grillo! No llueve esta noche, no llueve.
     Te escucho como el eterno soliloquio del río. ¡Qué destino el tuyo! que apenas nos une tu rumor y el espanto de aquel asesino.
     Todo es silencio entre los escombros de la gente. En este íntimo universo sólo tu canto me hace amigo.
     Por esta noche quédate en el viento conmigo y bájame tu canto un poco más, así, así está bien.

El  Grillo. ( 4 )

El Silencio


     Es una hora imprecisa de la noche. El grillo ha silenciado su canto, o tal vez lo esté haciendo en otra frecuencia. Quizá esta: . – . / – – // . . / – / – – .,  o esta otra, algo más curiosa: l – ll .. l . l ... l – l.
     También pudo ocurrir que lo pisaran pero no debo pensar esas cosas, que un crujido leve y crash, horrible confusión de órganos y el canto rodando hacia la calle.
     Hoy será día de rezos y plegarias y también, quizá, de algún réquiem, un “Preludio en mi furioso”, interpretado por geranios mustios y espantados.

El Grillo ( 5 )

La Voz


     Hoy he visto al grillo, no completamente, es cierto. Sólo una parte de su cuerpo asomó entre las plantas. Luego de permanecer unos instantes en silencio desapareció en la oscuridad reiniciando su canto.
     Su voz es menos complicada de lo que suponía. Consiste en una – i – larga y entrecortada como por ligeros espasmos, similares al de un hombre que está siendo estrangulado e intentara liberar su cuello emitiendo ese particular sonido. La – i – del grillo, como la del hombre estrangulado, lejos de ser pura, conserva algo de – r –, tal vez ríspido ritual resquebrajado. Casi imperceptible se confunde una – g –, obviamente ubicada al principio o, a veces, en medio. Es dado reconocer, a sí mismo, que en aquellas situaciones de luna menguante la – g – alterna sucesivamente de un extremo al otro de esta especie de unidad fónica, a la sazón llamada fonema por lingüistas de primer orden. Actualmente se discute en Ginebra la posible intencionalidad semántica y estratégica de su breve discurso.
     Mientras tanto aquí, en las profundas noches de los jardines, se han puesto a parir madres, como los cantos a nacer grillos.
     La ciencia confía explicar, en un tiempo no muy lejano cómo las consecuencias pueden generar sus causas. Es dable ver, opinaba un eminente físico, cómo el sol se suicida en la mañana que él mismo ha creado.

El Grillo ( 6 )

La Locomoción

     La locomoción del grillo se logra en base a tres pares de patas. Contrariamente a lo que se piensa, este animalejo recorre el doble de la distancia efectivamente transitada, ya que después de un largo paso sus manos lo expulsan hacia atrás en aproximadamente la mitad de su esfuerzo. Sin duda, este trastorno genera una profunda ansiedad en el grillo, habitualmente confundida con vivacidad. Su patología más común reside en la denominada hemiplejía lateral, mal que paraliza o bien sus tres patas derechas o sus tres izquierdas. El resultado siguiente es su traslación sorpresiva e incontrolada hacia uno u otro lado. Así, de estar parado de norte a sur y según sea su dolencia, puede dirigirse con saltos involuntarios hacia el oeste, llegando inexorablemente, por asociación psíquica, al ocaso de su vida.
     En el caso contrario, es decir, de dirigirse al este, estará en lucha perpetua con el sol, pues irá en su contra, e intentará progresivamente aumentar su velocidad para verlo de nuevo. El agotamiento lo lleva, generalmente a caer rendido en una especie de noche eterna. Su canto se deba, quizá, a un elocuente y desesperado llamado al sol, y su silencio, naturalmente matutino, a un anhelado reposo de su voz. Si el grillo danzara, sin duda, su movimiento y su canto serían paradójicamente opuestos y maravillosos.

El Grillo ( 7 )

La Reproducción

     No es nada sencillo abordar la reproducción del grillo, quizá debido a la multiplicidad de corrientes que se ocupan del tema. Una de ellas, sospechosamente influenciada por la lingüística, sostiene que al no existir en la gramática castellana la palabra – grilla –, (excepto como denominación de: “punto de partida en innumerables competencias deportivas), no puede encontrarse tal sujeto femenino. De aquí se derivan tres escuelas, a saber: La de Praga, que afirma la eternidad del grillo. La Postmoderna, que se inclina por reconocer su condición hermafrodita, y la Nihilista, que niega rotundamente la existencia del grillo. Sin embargo, el empirismo predominante en Alemania ha sido coherente en su hipótesis: “Hay grillos en los jardines y en los campos”.
      La dificultad más notoria resida, probablemente, en los atrofiados sentidos del grillo. Es conocida su nulidad olfativa y su casi exasperante miopía, (ve sólo a 3 ó 4 centímetros). Localizar así a su pareja se torna harto dificultoso, y coinciden que sin una hembra su reproducción tropezaría con serias dificultades. Afortunadamente la fecundidad es notable ya que, según se habría constatado, una hembra puede poner varios centenares de miles de huevos. Si bien es cierto que la inmensa mayoría muere bajo la torpeza de las patas maternas, algunos logran salvarse cayendo accidentalmente sobre las alas de un insecto mudo, siendo transportados hacia otra grilla agotada luego de su exterminio de huevos. No faltan quienes afirman que el canto del grillo nace como advertencia instintiva a su madre para evitar la muerte por aplastamiento. No deja de sorprender a zoólogos esta especie de selección arbitraria de la naturaleza y la ausencia del concepto ético en el ámbito de la biología. Otros afirman, en cambio, que el mundo, por sí mismo, no reconoce ningún arriba ni ningún abajo.
     Es probable que el canto del grillo se origine, simultáneamente en la sobre-existencia y anunciando su desaparición.

El Grillo  ( 8 )


La Clonación


     Recientemente la ciencia ha explorado en la clonación del grillo, obteniéndose varios ejemplares iguales. A pesar de ello el experimento ha sido considerado un completo fracaso. De los nuevos insectos no se obtuvo más que un rotundo silencio. La biogenética considera que en el ácido ribonucleico del grillo no se localiza el canto sino que, por el contrario, es el canto, en perfecta armonía, el que provee la condición básica de su existencia. Se estudia ahora, según la hipótesis precedente, las variables nocturnas, climático – románticas y gregarias de un organismo creado a través de cierta música, capaz de producir la energía suficiente para corporizarse.
     La ciencia especula, para un futuro próximo, la creación de similares condiciones en los seres humanos. Diversos organismos internacionales alertan, sin embargo, sobre la extrema fragilidad de hombres concebidos a partir de un preludio de F. Chopin, como así también de los riesgos inminentes surgidos de la voz de Valeria Linch.

El Grillo ( 9 )


Sentido Lúdico (1º Parte)


     Si bien no es mucho el conocimiento que se tiene sobre las actividades lúdicas del grillo se supone, entre otras cosas, que su imaginación se encuentra escasamente desarrollada. Es más, no falta quienes se la niegan por completo. Una de sus manifestaciones consistiría en una competencia de canto, no fundada en la variedad de tonos, ya que jamás nadie ha logrado distinguir uno de otro, sino en su duración. El resultado fue un inevitable empate, con las primeras luces del alba todos hicieron un riguroso silencio. Creando una noche artificial en laboratorios se logró, en cambio, que cantaran 274 horas, muriendo todos del mismo mal y a la misma hora. Para dicho experimento se debieron rotar 43 científicos. Debido, quizá, al agotamiento auditivo 11 padecieron hipoacusia, mientras los 32 restantes sufrieron una histeria colectiva que desembocó en una lucha encarnizada con los guardias de seguridad, encargados de proteger la salud de los animalitos.
     Este experimento tomó un giro inesperado ya que, de la duración del canto del grillo se pasó a registrar el nivel de tolerancia humana a su canto. Si bien en un comienzo, al obtener idénticos resultados en todos los insectos se les negó inteligencia, atribuyéndoles una conducta meramente instintiva, esto pronto se descartó al comprobar en los humanos parecidas o iguales consecuencias.
     En el estado actual de las investigaciones, la biología se inclina por negar la inteligencia humana, mientras los antropólogos prefieren compartirla con los grillos.
     Estudios, tal vez menos serios, afirman sin embargo que fuera de su hábitat los grillos, como fuera de la cultura el hombre, ningún estudio puede contar con espejos de comportamientos.

 El Grillo ( 9 )

Sentido Lúdico ( 2da. Parte )

     Los científicos europeos, continuando sus investigaciones, han procurado hacerlos competir en carrera de cien metros. Comprobado su agotamiento extremo la iniciativa fue reducida a diez. En reconocimiento de que sus manos le hacían retroceder la mitad de la distancia recorrida le fueron amputadas. El cambio originó el traslado de su centro de gravedad a regiones ignoradas. Lo cierto es que quedaron absolutamente erguidos y con no pocas dificultades de avance. Se intentó luego compensar el error adhiriendo en su abdomen pequeños elementos siliconados a fin de darle peso, logrando así una inclinación de 45º. Iniciada la competencia pudo verse que los grillos tendían a caerse de bruces. Algunos científicos procedieron entonces a una sencilla operación, por la cual se les introducía un ligero aditamento detrás de la cabeza.
     La primera conclusión fue su notable parecido a mujeres embarazadas. No obstante las modificaciones y reiniciada la competencia, alarmó el grado de distracción que los aquejaba, ya que cualquier estímulo los hacía cambiar de dirección, regresar al punto de partida, perderse en diálogos amorosos o ensimismarse en sus cantos indefinidamente.
     La competencia desatada entre los investigadores los llevó a introducir operaciones cada vez más complejas, sacrificándose innumerable cantidad de ejemplares. Los científicos instrumentaron luego una serie de limitaciones a los inventos y la obligatoriedad de hallarse inscriptos en el registro habilitante.
     Actualmente las apuestas se hallan prohibidas. Los investigadores cambiaron el sórdido objetivo de llegar antes a la meta por el que se supone poseen los grillos, basado en la originalidad de sus repentinas y caprichosas ocurrencias.
     En vista de los resultados se estudian las tendencias pedagógicas del grillo y sus consecuencias en los hombres.

Carta a Tía Emma

Querida tía Emma:

                              Te agradezco mucho el dulce de ciruelas que nos enviaste, es solo que los carozos...aunque no es tan grave que Lucio perdiera un incisivo, en verdad el único que le quedaba, sino que quiso recuperarlo para pegárselo con la gotita pero no hubo manera de encontrarlo, (al diente), y es que se lo había tragado. El primo de Ernesto, el médico, se lo llevó a la otra pieza para operarlo sin escuchar razones para esperar que el tiempo haga su trabajo. Tal era el estado de nervios de cirujano y paciente.
Los muchachos, para matar el tiempo, comenzaron a arrojarse carozos. Te digo que la puntería de Gonzalo es la de un francotirador. Sobre quince carozos embocó catorce en el escote de la prima Josefa, que si bien es voluminoso no le quita méritos a su destreza. La prima estaba algo molesta pero se disgustó mucho cuando los chicos, ante la impaciencia, comenzaron a embocarle ciruelas enteras. Ella quedó que ni te cuento, un verdadero enchastre y muy enojada se fue al baño.  
No sé muy bien si fue Pancho o Manuel el que trajo elásticos, de esos de corpiños y siguieron con hondas. Los tres primos y Ernesto, que había dejado a medio concluir la operación, se parapetaron detrás del diván, mientras el tío y Juan disparaban protegidos por la heladera. Cuando Enrique, vos te acordás, nuestro vecino nuevo entró y recibió una descarga completa de carozos se plegó a la lucha sin vacilar y con gran energía.
Los primos terminaron huyendo a casa del marido de Josefa, que se reponía de un ataque de nervios, vos ya conocés a la prima siempre tan sensible y un poco quisquillosa.
El tío perdió su ojo derecho pero está bien, y ahora me hace unas señas que no le entiendo. La casa: un desastre de pegotes y vidrios rotos. Por suerte, Lucio pudo recuperar su diente y está de lo mas contento.
 Si te queda dulce mandámelo, el nuestro se acabó todo. Un poco quedó pegado en el cielo raso pero los muchachos están muy cansados y nadie quiere juntarlo, pese a que yo tengo una espátula muy linda que se las he ofrecido por horas.
                                                 Un beso grande. Tu sobrino
                                                 
P.D.: Mandame todo el dulce que puedas y no te preocupes por los carozos. Yo sé que los muchachos están pensando un juego pero no me quieren decir. Me doy cuenta porque los veo reunirse y juntar cosas que no entiendo.


Qué extraña urbanidad una ventana, ese límite inestable de cristal separando lo que une. Qué presunción de lluvia hacia un lado, de tormenta de besos al otro. Bien que este límite dista mucho de ser el de una red de tenis, donde a ambos lados la situación es similar, la misma tarde de sol, y el límite traspuesto repetidas veces, la sorpresa legal de acercarse confiado a la red y un globo por encima de la cabeza nos deja parados, sabiendo que ya es imposible volver atrás.
Esta ventana que supone siempre un afuera y un adentro. El afuera desamparo y la certidumbre de que una zona nos está vedada, que a lo mas podemos espiar por las noches, como cazadores disparando miradas contra el cristal, desde la oscuridad.
En el afuera vive nuestra gran utopía humana: una ventana. Pero la ventana fue pensada sólo para ver, nunca entrar o salir. El adentro, que sugiere el amor y su seguridad, lleva también la noción de un final, de saber que el tiempo nos juega en contra y las copas o el calor de la música son instantes que nos trasladan al acaso y el ocaso, a lo provisional y el afuera. La ventana es un péndulo rígido de cristal, su esencia no se encuentra en los extremos, tampoco en el centro, sólo en el cambio que tiene por equilibrio. Cuando uno de los extremos ingresa en el otro con su conciencia el cristal se rompe. De esta forma, si alguien observa un crimen desde ella y es visto por el homicida el límite se fractura. Un disparo tras los cristales unen para siempre al criminal y su víctima con la cara sucia de sangre.
Intentar un balance de nuestras vidas sería conocer cuánto tiempo hemos pasado a cada lado de una ventana. Y nuestra pequeña idea de felicidad saber qué tiempo pasamos temiendo o añorando el otro lado, aquel que suponemos es aun el otro lado.

Si alguien estuviera triste como un acantilado ¿qué importan digo la marea y los mendrugos, la gloria del estiércol o las ratas whitman ? Y digo también sin mas ni mas, si alguien está íntimo y triste como un bidé ¿qué importan la mayúscula y la sintaxis, el poder verbal, la esencia sustantiva o la obediencia del atributo?  Y si alguien estuviera triste como una esquina parada y si después de la esquina hubiera viento y después del viento nada y si hasta la nada estuviera triste como una esquina parada en el viento qué laberinto digo, qué tango y qué farol, qué baile de cuchillos qué cajón Y, por decir, si alguien estuviera como la comida fría y se buscara en los suburbios del comedor y si no se encontrara el corazón, si se palpara las rodillas, la ingle y el riñón, que se dijera por aquí no ¿qué importan digo, se me ocurre Lacán y Freud? Mas vale dijera, digo, .-_//..-///::/-*/¨¨../-. Y tendría razón.
Si alguien estuviera como la firma anónima del mundo, sin la licencia del llanto y de la lágrima y sí la memoria de mañana a la mañana ¿qué sería digo porque sí el punto final de la noche o el estómago de la gramática? Si alguien estuviera triste mas allá de la razón o sin razón, si al apagar la luz, al acostarse… ¿qué importa digo si olvidara hacer a un lado el corazón?

Alguien tiene que hacer un depósito bancario. Tiempo después se encuentra parado ante una gran puerta cuando descubre que no ha llevado el dinero. Hasta ahí un olvido que a cualquiera puede ocurrirle pero pronto comprueba que, en verdad, se halla frente a la puerta de una pizzería y ya la distracción es mas severa; tanto mas cuando comprende que a las ocho de la mañana las pizzerías no suelen estar abiertas y, de estarlo, sería muy difícil que algún empleado le recibiera un dinero que no tiene. Quizás si lo conociera, si estuviera en su tierra, pero no reconoce el lugar ni persona alguna a quien preguntar. Camina entonces hacia el andén de un ferrocarril donde alcanza a leer “Estación Villa Stienza”, el nombre le es familiar aunque no recuerda haber estado ahí alguna vez. Lleva horas sentado en un banco cuando la pizzería abre sus puertas, decide preguntar y entra; el cajero lo recibe cordialmente y cuenta el dinero sin apuro, como es costumbre en estos pueblos donde nunca ocurre nada y que, lentamente, van siendo abandonados.

De plazas y palomas

Como seguramente es de público dominio se han presentado innumerables proyectos al consejo deliberante de nuestra ciudad, todos ellos a fin de buscar una solución al problema que presentan las deposiciones de las palomas sobre los paseantes de nuestra plaza principal.
Ante las previsibles manifestaciones de Green Peace no tomaría yo en consideración la idea de talar la arboleda que la constituye. Tampoco repetiría la experiencia llevada a cabo en París, allá por 1932. Experiencia en que se inoculó a los pájaros un astringente con la finalidad de estreñirlos. El resultado fue negativo ya que el cambio en el metabolismo de dichas aves produjo graves alteraciones en su canto transformándolo en un chillido desgarrador. Ante las airadas quejas de los parisinos el gobierno se vio  obligado entonces a recurrir al uso de laxantes. Pasadas 48 horas, que periódicos de la época titularon de abrumadoras, todo volvió a una desalentada normalidad.
Volviendo a nuestro medio, la sugerencia de trasplantar cóndores, (se habrá observado que no hay cóndores en la plaza), sería positiva sólo en un comienzo pero pronto nos veríamos frente al problema de eliminar dichas aves rapaces. Se pensó luego convocar al ejército para tales fines, pero la consecuencia obvia de un paseo atestado de francotiradores, carpas, baños químicos y soldados cuerpo a tierra en las fuentes no era la mejor imagen que la secretaría de turismo podría aceptar. Por otra parte nadie ignora que después el ejército se acostumbra y no se quiere ir.
Me inclino también a desechar la posibilidad de transportar el campanario de la catedral al centro mismo de la plaza, más precisamente sobre el lomo del caballo. Si bien esta medida alejaría las palomas casi inmediatamente el daño auditivo para la población sería irreversible.
Otra opción sería proveer a la gente  de impermeables a la entrada de la plaza, los que serían reintegrados a la salida de la misma. Esta medida supone por lo menos tres inconvenientes. Uno sería el congestionamiento de personas probándose innumerables talles. Otro el generado por la negativa de muchos a aceptar un piloto en condiciones poco higiénicas. Y, el más importante sin duda es que nadie está capacitado para informar dónde se encuentra la entrada o la salida de la plaza, de la misma manera que su horario de apertura y cierre. Todos sabemos que estas características son socioculturales, no geográficas.
Considero, finalmente, como de mayor factibilidad la instalación de sombrillas en los bancos, o techarlos a modo de refugio tal como se estila en ciertas paradas de ómnibus. Para los transeúntes se techaría la zona perimetral comprendida por las calles que la circundan. El ingreso al interior propiamente dicho se lograría pasando velozmente de un banco a otro, de sombrilla a sombrilla. Esta especie de sistema de postas se vería facilitado por la instalación de cuerdas del tipo pasamanos, que irían de banco en banco con una apoyatura logística de carteles indicadores.
Si este novedoso sistema no diera los resultados deseados se podría intentar algún otro modelo alternativo. Siempre hay tiempo para volver a equivocarse.

Reformas al codigo penal

Con el objetivo de fortalecer la confianza en la justicia la carátula de homicidio será siempre a posteriori del hallazgo del victimario.

Art. 1) A partir del presente decreto quedan incorporados al léxico jurídico los términos de : ilícito, desafortunado y desprolijo. Términos estos que serán aplicados según el criterio de la autoridad competente y el origen del victimario.
Art. 2) Todo crimen será considerado en la órbita del victimario. Esto es: se extenderá la normativa vigente para las fuerzas armadas al resto de las instituciones de la nación. De esta manera el hecho será juzgado por el respectivo grupo social, religioso, sindical, etc.
Art. 3) El artículo precedente no incluye las clases denominadas marginales, ya que su naturaleza socio-cultural no les permite una clara distinción de la etiología del crimen y, en consecuencia, una defensa adecuada.
Art. 4) Para todas las personas incluidas en el artículo tercero será de aplicación el precepto bíblico de “ojo por ojo, diente por diente”, es decir: el victimario será piadosamente sacrificado.
Art. 5) Para el caso de que la víctima perteneciera a las clases mencionadas en el artículo tercero el victimario contará con todos los atenuantes previstos por la ley y será absuelto por exceso de méritos.
Art. 6) La pena por homicidio simple, (un solo muerto), tendrá una condena no menor a los treinta años.
Art. 7) La pena por homicidio múltiple, (dos o mas muertos), será dispuesta por los pares del victimario, sin perjuicio de la condena de su conciencia.
Art. 8) Será caratulado como “homicidio preterintencional” cualquier desgraciado exceso en las torturas.
                           
Pautas  Generales  Para  Un  Programa  Radial

Objetivo general:
Lograr que el oyente involucione, que no se distinga claramente de un protozoario.
Objetivo particular:
Hacer que al cabo del programa no exista conclusión posible, que lo claro se torne confuso y lo confuso permanezca en su grato estado.

Metodología:
1) Cautivar la audiencia con frescura y buena onda, es decir, gritar todo y siempre.
2) Desorientarla riendo entre los locutores, que la audiencia jamás intuya de qué.
3) No decir jamás nada importante.
4) Si por un desgraciado error ocurriera lo contrario, subsanarlo con la emisión de un gol del seleccionado argentino.
5) Informar el estado del tiempo de cualquier región del mundo a cada instante, (puede, inclusive, obviarse el resto del programa).
6) Orientar la búsqueda de información hacia desgraciados acontecimientos particulares, no indagar sobre causas generales.
7) Generar la idea de trasgresión en el tono y la forma, no trasladarla al contenido. No repreguntar.
8) Conocer el último adulterio de cualquier personaje imbécil, disponemos de un importante stock en la Argentina.
9) No preguntar a poetas: son impredecibles.
10) Plantear un tema intrascendente y estúpido. Dar nuestro teléfono, que el oyente opine y se sienta representado.
11) Decir que el tema es intrascendente.
12) Si un oyente se quejara, apelar a la democracia y recordarle que puede cambiar de emisora.
13) No inquietarse. En su mayoría, las emisoras se rigen por estas mismas        
      Pautas generales.

Bajo las mesas

Me disgustan las zapatillas rojas. No van con nada, ni para correr. A lo mejor por eso el tipo de la mesa de enfrente casi las esconde debajo, entre las patas, y mueve sus pies como nervioso, sabiendo de antes lo inútil de ocultarlas. No son negras ni grises. Si fueran grises podrían confundirse con las del amigo y, finalmente, no se sabría a quien pertenece alguno de los pies, aunque el otro siempre descansa la punta sobre el suelo y el talón, alzado, sobre la pata de la silla. Parece tranquilo, sin embargo la posición indicaría una predisposición a la carrera, a salir expulsado en un instante, llevarse todo por delante y huir entre las mesas. Tal vez no desearía este lugar ni esta conversación que lo agobia cuando él no puede dejar de pensar aquello que es evidente que piensa y no coincide, resulta obvio, con la mujer madura de la mesa contigua, algo a su izquierda, que no soporta sus botas negras y cortas. Casi no le dejan más opciones que apoyar sus pies de costado, aliviar en algo el dolor en el dorso de los dedos. El esmero no vale el sacrificio de acompañar así su trajecito negro con botones dorados. Las botas también tienen unos broches dorados y la armonía sería impecable si el padecimiento no se pusiera en medio, develando la estrategia de vestirse acorde con la cita y el lugar. El dolor es algo que siempre irrumpe en el contorno y lo transforma, y todo se adecua a él, hasta el color de las botas que ahora agita en péndulo, en un equilibrio inestable que sólo se mantiene por el porfiado paralelismo de las piernas. Tal vez, si se hubiera sentado de costado con las piernas cruzadas, como el hombre que hojea el diario frente a ella, displicente y relajado, con sus zapatillas blanco-indolentes, de cordones bien atados, subestimando desde su rol de deportista al funcionario inquieto que lustró sus zapatos hasta el hartazgo porque sabe que eso es mucho más que un detalle, y todos se fijarán si salió muy apurado y con fastidio. Y de nada le serviría la tenacidad con la corbata si los zapatos están terrosos, con el cordón derecho casi suelto, porque siempre empieza por el izquierdo, y para cuando llega al otro ya está agotado. Entonces, el disgusto le deja suelto el cordón pero sale lo mismo, porque en ese gesto ya constató que en el fondo no le importa  el zapato ni la reunión en este bar. Por eso el no cuando el tipo de los borseguíes marrones le dice que tiene el cordón suelto y se va a caer. Si fuera medianamente inteligente no usaría borseguíes en la ciudad. Un fuera de contexto que no se explica sino por un desmesurado afán de seguridad, de fortaleza, visible en la postura de las piernas, y exagerado hasta el autoritarismo en los cordones ajustados al extremo del odio, de un rencor sordo y mustio que le trepa hasta la garganta.
El sol ya no da sobre las zapatillas y el bar ha quedado en una penumbra agradable. A través de la ventana se lo ve rojo todavía tras las sierras de julio.
 El mozo entra y dice, como todos los días: -ya es la hora – Entonces, todos comenzamos a descalzarnos despacio, sin apuro, mientras pedimos una copa, esperamos la noche y conversamos de mesa a mesa.
                                     
La Cuerda

Es cierto, no conocí a la bisabuela, sin embargo también es claro y notorio: todos sostenemos la historia familiar como una larga cuerda que va de entierro en entierro y de parto en parto. Y no mucho más que eso parece la historia a veces, una soga floja dibujando en el aire el juego de las niñas y la soga, tensa e inmóvil, donde encontramos aquella tarde a tío Julián. Parada frente a su cuerpo, la tía lo increpaba blandiendo una carta en su mano –, loco de mierda,  – gritaba.
Aquella noche no cenamos, desde tiempo atrás el tío era el encargado de la comida y con él había nacido la tradición aromática de la familia. Un aroma que no estaba en la casa, en sus habitaciones o en la cocina sino sólo en el cocinero. En su piel y en sus manos vivía el perfume de los días, habitualmente se daba en su cuerpo una síntesis de caldo y madreselvas o, en ocasiones, de salsas y rosales en flor.

Tal vez, nuestra idea de la historia sería diferente desde un banco de la plaza, donde uno escucha el ruido confuso de los automóviles, rumores de voces que nos llegan lejanas. Ve siempre la pareja que se aleja, él un paso adelante, mientras un niño llora por una hamaca, porque siempre hay una hamaca, como hay siempre un niño llorando por una hamaca y hay siempre una madre que dice es muy tarde y las hamacas ya se han ido a dormir. Sentado junto a papeles viejos y una mancha pegajosa de helado uno ve siempre la misma mano que trepa un hombro o una rodilla y uno se dice: la búsqueda, la esencialidad de las manos.
En nuestra familia, en cambio, todo parece una interminable cuerda a la que nos aferramos, cuerda con una  cantidad imprecisa de nudos, hitos que afirmaban a veces o torcían otras nuestra identidad.
Todos sentíamos que el tío Julián había sido las dos cosas, la vida reflejada en su cotidiano olor de las comidas y su quietud en aquel péndulo rígido de la tarde.
Los meses que siguieron a su muerte fueron de una pena leve en el aire y esa pena el único perfume que podíamos sentir.
A nadie sorprendió que aquella mañana tía Julia pidiera la cuchilla con mango de madera, que se pusiera a picar carne, que la dejaran sola, que refregándose los ojos se entregara con tal vehemencia a la mesada y la heladera.
Sin palabras, sin decirnos nada, como quien recibe a un viejo amigo o a un amor entrañable recibimos, tiempo después, el aroma que tía Julia llevaba en su falda y su mirada. Un aroma que iba con nosotros en los paseos por la plaza, entre algunos perros y las palomas.
- No era difícil comprender y amar al tío- nos dijo un atardecer señalando las palomas.
Nosotros no estábamos acostumbrados a que tía Julia llorara.

Todos sabíamos que el domingo  es un día de menor densidad, que está en medio de dos cosas y uno no puede definir sin pensar en eso que arrastra del sábado y un cierto cansancio premonitorio del lunes. Así nos explicábamos que tía Julia nunca oliera a domingo, es decir, a la comida del domingo. Parte del día sentíamos su aroma a las milanesas del sábado y apenas entrada la noche reconocíamos en ella la sopa de los lunes. Nadie en el barrio tenía presente, como nosotros, los días de la semana y si alguno lo olvidaba bastaba que tía Julia pasara a unos pasos para que constatáramos un jueves de fideos.
Mamá, en cambio, no olía a nada, tampoco la casa o los manteles. Sólo tía Julia con su permanente actualidad perfumada nos mantenía en un presente amable y grato como una mañana de primavera. De esta manera, en nuestro calendario olfativo recordábamos los jueves a la prima Carla que se había casado bajo ese aroma un día de agosto o, a veces, a tío Ernesto, muerto con indiferencia en la hora dudosa que iba de un olor a otro del domingo. Siempre nos pareció extraño una muerte tan aséptica.
A lo mejor por estas cosas cuando tía Julia conoció aquel hombre lo citó por primera vez una noche de domingo, justamente porque era el momento en que le crecía el lunes y su caldo de verduras y que ella, hábilmente, combinaba con un aire de madreselvas.
Lo cierto es que terminó enamorándose de un hombre a quien no conocíamos bien, sin historia y que parecía tenerla siempre abstraída a sus requerimientos.
Al principio todo fue como una confusión donde los días dejaron de corresponderse con sus aromas y más de una vez debimos concurrir a vecinos y almanaques para lograr una confirmación. Semanas después no volvimos a sentir ningún aroma que nos devolviera las mañanas y las noches.
Tía Julia no parecía ver la realidad, seguía con aquel hombre mientras nosotros deambulábamos por las habitaciones, jugábamos a las cartas en la cocina o caminábamos por el jardín mirando nuestros recuerdos que crecían como geranios tristes.
La pulcritud aromática nos desorientaba como la niebla, que naciendo de la incertidumbre se transformaba en lo único concreto. Sin la cálida seguridad del perfume donde reconocernos éramos ajenos en todas partes y entendimos el doloroso exilio de los sentidos.
De nada nos sirvió forzar la realidad elevando nuestras narices algo por encima de la olla, habíamos aprendido que la vida era más que eso y no podíamos caminar por los recuerdos como en puntas de pie, en esa curiosa muchedumbre de la memoria.
En la última noche de aquel mes de noviembre comprendimos que, inevitablemente, sólo en un atardecer de domingo podríamos volver a sentir, como antes, un aroma de lunes entrañable.

Nosotros no queríamos que lo velaran en casa, sin embargo debimos soportar gente moviéndose sin sentido de un lugar a otro de la casa, servir café toda la noche y escuchar  conversaciones inevitables y aburridas.
Tía Julia nos miraba con cierto rencor, sobre todo a mi. Quizás me culpaba  por ser el mayor, pero en su mirada había como un reproche, una escalera, algo tardío como a veces ciertas preguntas  ociosas por formuladas en un tiempo que ya no era nuestro.
En vano esperamos semanas, meses, el aroma de los días no regresó.
A fines del verano, una mañana precozmente otoñal tía Julia llamó a la prima Valeria – ya es hora que cocines – le dijo estirándole la vieja cuchilla con mango de madera. Sin decir palabra la prima comenzó a cortar verduras. Tía Julia me miró sonriendo, algunas lágrimas cayeron sobre la carne.
Tía Julia murió días después, una tormentosa noche de domingo. No podría olvidarlo, el andar de la prima Valeria por la casa dejaba en las flores que se amigaban en las esquinas un reconocido olor a sopa de verduras y lluvia.

Entre Sueños,  (la opción)

Tal vez las cosas existan demasiado y en eso radique el hecho literario, o algunas existan más que otras e invadan su terreno.
Ignoro si será posible clasificar todo como a insectos disecados. He aquí una mesa, más allá el Renacimiento, junto a esta copa me encuentro hoy, algo a un lado la palabra puñal, pero sólo la palabra, no el puñal que, en verdad, no recuerdo dónde está clavado si es que en alguna parte está clavado.
Esto es la comedia, esto la tragedia. No es fácil la opción, hay que distinguir bien las cosas, puede que la comedia sea sólo una interrupción, un corte breve en el hilo general de la tragedia, cosa que sería buena porque de ser a la inversa nuestros tormentos se desarrollarían en el contexto general de una broma, urdida por vaya a saber quien.
¿ Cuántas confusiones admite una confusión ? Tal vez haya siempre mas actores que escenarios y mas escenarios que dramas. Tal vez sean todas variaciones de un drama distintamente actuado entre, mas o menos, los mismos cortinados .
Por años he padecido la misma pesadilla, en lo cual no he sido un pionero. Ya el escritor colombiano Darío Santomar tuvo el mismo sueño todas las noches hasta el día de su muerte, en que agradeció a un sueño lo liberara del otro.
Desconozco los laberintos secretos de una pesadilla, de su entramado. El escenario, real, era siempre el pasillo. Un largo pasillo, oscuro y angosto, que daba a un patio también oscuro y solitario. Un verdadero agujero negro en el  espacio infinito. Sobrecogedor a tal punto que muchas veces, al llegar de la calle y abrir la puerta tanteaba con el pie buscando la certeza de que aún permanecía en su lugar y no caería en un abismo profundo. Tarde, por la noche, no podía resistirme a la tentación de tirar una cucharita o cualquier otra cosa y escuchar si hacía algún ruido. Solamente con el amanecer el patio llegaba de nuevo.
No sé, en verdad, si este escenario era el soporte de la pesadilla o era la pesadilla misma, aquella de salir en una noche a buscar cigarrillos, de transitar aquel pasillo más de la cuenta y no llegar a la calle, de contar treinta y ocho metros, que era su longitud y no llegar. Pensar que uno puede estar caminando como un mimo, siempre en el mismo lugar, buscar entonces alguna certeza ubicando una mano sobre cada muslo y, de esta manera hacer treinta y ocho pasos, y no alcanzar la puerta. Detenerse en busca de una explicación, no encontrarla y decidir mi regreso al departamento para volver a intentarlo con una linterna. Retornar no sé durante cuántos minutos y no llegar tampoco, repitiendo los mismos métodos sin resultado, caminando primero, corriendo después con las uñas contra la pared sólo por la certeza de avanzar hasta caer de rodillas, los dedos ensangrentados bajo una noche inmensa.
Es cierto que, pesadilla por pesadilla, no sería importante y es fácil también suponer su temporalidad, en algún momento uno tendrá que despertar. No me preocupa este aspecto tanto como la ausencia de garantías, es decir, el exceso de posibilidades. Cómo sé que estar llegando ahora al final del teclado no es un sueño y en realidad no esté de rodillas, en medio de un pasillo, bajo una noche inmensa, rogando que dé comienzo el otro sueño, aquel que tiene por escenario a un hombre en las últimas palabras del teclado.

Preludio

Decir yo que los árboles están tristes bien podría ser una proyección carente del peso que se otorga al valor de la estadística. Diferente sería si buena parte de la población coincidiera conmigo. Tal vez comenzara entonces un riguroso estudio acerca del ánimo en ciertas arboledas independiente del análisis visual de la comunidad, o la índole de innumerables percepciones simultáneas inducidas por la excesiva liberación de oxígeno en parques y paseos. Incluso podría aventurarse una premonición otoñal colectiva. Tal vez hasta se arriesgara, de sólo verme en algunas horas de la tarde la remota posibilidad de que, como la sombra, sea yo una proyección de ese árbol, aquel que por largo tiempo creo estar mirando.



Y es que al sentarse a mi lado en un banco de la plaza la gente suele excusarse, como si fuera yo dueño del espacio contiguo, cuando el mío propio no es mucho más que la memoria de todos aquellos que alguna vez lo ocuparon antes, diciendo más o menos lo mismo al recién llegado.




El Náufrago

En la isla las olas golpean contra las rocas. Ese chasquido y el canto de los pájaros son los únicos sonidos que escucha el solitario. De tanto en tanto, como un murmullo lejano, lo alcanza también el rumor de la ciudad que se levanta al otro lado del mar, no muy lejos.
Casi con desesperación el náufrago intenta mandar un mensaje y en esa tarea pasa gran parte del día. Al llegar la noche enciende un fuego y piensa el destino del bullicio y de la luz  Entrevé la ciudad como un exuberante cotillón, iluminado a tal punto que la luna se reduce a un pliegue en la sábana de los amantes.
En la ciudad no desconocen la existencia del náufrago, piensan a veces en su destino o en los riesgos del viaje y, sin encontrar caminos para su retorno, vuelven la mirada a las cosas por temor a perderlas. El movimiento les hace sentir, en ocasiones, que ellos mismos se están desplazando y más de una vez deben leer en los carteles indicadores los puntos cardinales.
Desde el otro lado, no muy lejos, el solitario encuentra por fin una botella. Mira largamente la ciudad y entonces comprende que nadie haya cruzado a su isla. Con los últimos elementos que tiene escribe –  Señores de la gran isla, no soy yo el náufrago. Regresen. - después arroja la botella que se pierde entre las olas.

El Brillo Entre Las Hojas

A veces se detenía un tiempo como buscando algo. Tal vez no había perdido esa vieja costumbre que lo acompañaba desde niño y hacía de todas las cosas objeto de su atención. Recogía papeles, trozos de madera, cartón. En aquella ocasión fue diferente porque sólo recordaba un brillo en el pasto, apenas iluminado por el resplandor de un relámpago. Un brillo con manchas rojas, un pequeño cabo de madera y barro en el cabo. Inclinado sobre la hierba lo levantó con cuidado y dejó que la lluvia, por entonces torrencial,  limpiara la hoja. Las manchas desaparecían bajo el agua perdiéndose en el barro del parque casi invisible en la tormenta y la bruma espesa. A medida que lo atravesaba las preguntas lo seguían como una sombra.¿ Quién podría haberlo perdido ? Por otra parte estaban las manchas, manchas que no tenían por qué ser de lo que él suponía aunque, pensaba después, el objeto era a la mancha como la mano al brazo, una extensión inevitable. En el peor de los casos había sido abandonado por alguien que deseaba borrar una evidencia, como si perdiendo un instrumento se perdiera también su finalidad, como que nada hubiera ocurrido y uno se quedara con la conciencia tranquila. Claro que esto explicaría las manchas y la segunda de sus hipótesis sería, en este caso, falsa.
La lluvia no cedía. Supo en el profundo silencio, apenas quebrado por el ladrido del pastor, que estaba cerca.- ¿ Por qué no lo enterró ?- nadie lo hubiera encontrado y no estaría incómodo, caminando con algo  peligroso en el bolsillo del pantalón. Sólo un crimen pasional, pensó. Verse manchado y sucio, correr calles abajo, sentir la impotencia de lo irreversible y atravesar, como él ahora el parque para que la lluvia le moje la cara.
Cruzó el callejón, abandonado tiempo antes por la gente del pueblo. Se sorprendió, al abrir la tranquera, que sultán no saliera a recibirlo. Iluminando el sendero con su linterna recorrió los matorrales. Creía haber dejado la luz encendida pero no eran extraños los cortes en noches de tormenta. Pasado el hall llegó a la puerta. Estaba abierta, apenas entornada. Un nuevo relámpago iluminó todo unos instantes, suficientes para adivinar una mancha sobre la puerta y dos o tres en los escalones. Pensó que Leonor podía haberse lastimado o tal vez el perro… Se apoyó en el marco y esperó unos segundos vacilando y con un miedo extraño. Finalmente entró. Una ventana se golpeaba sin ritmo, con fuerza. Recorrió el salón que estaba desordenado, un jarrón partido en el suelo y la silla de algarrobo caída junto al escritorio. Un coágulo rojizo manchaba parte de la alfombra. Comenzó a seguir manchas, gota tras gota, por el angosto pasillo que daba al dormitorio. Se ahogaba sintiendo los latidos de un corazón agobiado.
Tal vez todo fuera un mal sueño y una mano en el hombro lo despertara. Tal vez pudiera volver del horror a una respiración pausada.
La puerta permanecía abierta y la ventana que se golpeaba era esa. Entró. Echado a los pies de la cama sultán le gruñó, más atrás, atravesado en la cama el cuerpo de una mujer, su brazo extendido colgaba a un lado. Todo era feo en las cobijas y en la almohada. Una herida amplia y profunda le dividía el pecho. Apoyado contra la pared, dejó caer aquel brillo encontrado entre las hojas, encendió un cigarrillo y comenzó a recordar.


Hay días en que andaría de besos por los barrios. Días en que besaría los zócalos y hasta los umbrales de la gente, sus narices frías con sus tristes nucas. Días en que treparía mis besos por las medias hasta el calor de sus axilas, las esquinas de los huesos y sus glándulas. Días en que arrancaría de las tumbas a los muertos y besaría el hueco de sus bocas, irme después -tan campante- tirando besos a las niñas de la escuela, al borracho que se está orinando de pena y la vieja aquella que se está muriendo de mugre. Días en que me pondría en cuatro patas a besar los perros de la calle y a besar llorando, como último recurso, al suicida.
…Y besaría como agradecido, como la primera vez, como la última, como pidiendo perdón, como que no es para tanto…y es tanto.
Son días en los que me tiraría de las cornisas a besar las alas de los pájaros, llenar de besos el aire y de plumas la fiesta de la tarde.

La majestuosa soledad del universo. Algún nocturno de Chopin. Aquel inefable adagio de Aranjuez. El otro, hermoso también, de Albinoni. Las primeras notas de la canción de Solveig. Los últimos días de Nietzsche. La trágica locura de Van Gogh. La alegría de Mozart. El mundo de Chaplin. La desgarrada garganta de la Piaf. Jorge Don bailando  Bolero en la altura. Cortázar, su ternura y las sombras que se calla. Los otoños de siempre. La lluvia sin ruido al amanecer. Un cuaderno viejo. Una birome agotada entre los dedos. La íntima soledad del universo.


Lo Que Vendrá

Tendremos todo el tiempo del mundo
Para no poder hacer nada
Y decir a nuestros amigos
Que no podemos hacer nada.
Constataremos en las imágenes de algún país remoto
Que ellos están a nuestro lado
Y que nosotros somos los lejanos.
Tendremos todo el tiempo del mundo
Para mirarnos de los pies a la cabeza
De la cabeza a los pies
Y vuelta a empezar.
Confirmaremos el milimetraje exacto de la lluvia
En Barcelona
Sudáfrica
O Montevideo
Y nos diremos que no estamos solos
Que alguien, allá,
Se está empapando de los pies a la cabeza
De la cabeza a los pies.
Los últimos poetas darán a conocer sus obras
Recién envejecidas
Y aquel que se muera de hambre
Será prolijamente excluido de la historia.
Conoceremos las cosas de sólo nombrarlas
Y definiremos con absoluta precisión
El silencio
El pan
Y la certeza.
Tendremos todo el tiempo del mundo
Para pensar la víspera rascándonos la cabeza
Y algún viejo amigo nos mirará a hurtadillas,
Como la vida
Puesta de cómplice detrás de la puerta
Sentada en una silla

Te Sobra Lo Que Te Falta

¡ Ay, que están tirando Miguel !
y son cartuchos de sótano
con pólvora propia de doler
como el hambre propia y desprolija
para el propio hombre de nombre propio.
Cuidado con la espalda y con el pecho
que están tirando Miguel.
¡ Rápido, el corazón a un rincón !
tintero de alondra y toro,
que si ayuda mi zapato es tuyo.
No son muy altos mis ojos
para el andamio de tus flores.
Me duelo por tus dientes,
hermanos de mis últimas razones.
¡ Ay, que están tirando Miguel !
Le pega a tus nanas en el suelo
esta España ingrata
que supo bien no saber nada.
No escuches los tiros
que están tirando Miguel.
Es mentira la cárcel, España no lo sabe :
 apenas se está suicidando.
Qué nocturnos fusiles estarán usando
que apuntan a vos, amigo mío,
y nos matan a los dos.
Hoy me aterra la tierra que estercolas,
la quiero estéril si con eso te regreso.
¡ Ay, compañero del alma !
están tirando a la razón.
Vuelve de tu huerta, amigo mío,
que por aquí no llegó el otoño
y, (entre nosotros), ya siento frío.

Granada Mejillas Abajo

Dicen que la madrugada tembló en su pecho
y   a tropezones rojos se hizo la mañana.
Dicen que se lastimó al caer de tan muerto
desprolijando la tierra su tristeza.
Dicen que amanecía el silencio
cuando lo pusieron boca abajo,
que levantó una mano, después una palabra
como un perro hambriento.
Dicen que la tierra se dio vuelta invirtiendo el cielo
Allá...Granada, cosa de fusiles y de balas.
Dicen que todo fue un mal sueño,
que pasa de tanto en tanto
cuando el hombre y la noche
 hacen un puente de lágrimas a la mañana
y corren, mejillas abajo, desde Granada.
Dicen que se levantó en una palabra:
“Madre, bórdame en tu almohada ”


Sentado En La LLanura

Se me ha muerto en los brazos
  se me ha quedado solo y frío
este sueño triste: Don Quijote.
  Sentado en la llanura
he secado sus lágrimas
  después de enjugar las mías.
Una dura piedra en la frente
 lo derribó para siempre.
Están más yermas las tierras,
 más áridos los vientos áridos.
La estepa castellana es hoy más llana,
  más callada y conformada.
En oscuras tabernas se festeja
 el exilio del sol y los pájaros.
Sentado en la llanura
 acuno un hombre entre los brazos.
El mundo descansa tranquilo,
 los molinos han vuelto a ser molinos.
A mi se me ha muerto el cielo
 y sólo atino ha mecer,
sentado en la llanura,
 un dulce sueño entre los brazos.

La amistad es, en cierto aspecto, indefinible, es ella quien define al hombre en virtud de un desasosiego.


Otra Cosa Sería

Si tuviera un amigo
Me llenaría de techos y corazones
Treparía granadas y lastimaría
Mis rodillas bajo los pantalones
Cuesta abajo remontaría el sol.
Si tuviera un amigo
Me mataría soledades, haría aliados
Hasta curaría en algo mis pulmones
Y tendría mejor aliento en las mañanas
Confiaría más en el sol.
Si tuviera un amigo
No le permitiría morir
Me enojaría mucho
Y le pegaría también, con el pecho
Lo guardaría chiquito en la axila.
Si tuviera un amigo
Tomaríamos mate
A la sombra de los álamos
En la curiosa lucidez del viento
La esperanza y la mañana.
Si tuviera un amigo
(creo que se entiende)
Me haría un festival
De juegos y manos calientes
Tocaría timbres y correría loco
Por estas calles indiferentes.

Un pájaro vuela irrevocable. El niño sólo sigue su vuelo, ve sangre bajo sus alas y teme el rumbo de la sangre. El pájaro cae sobre la hierba y agoniza sin gracia. El niño lo recoge palpitante y lo aprieta contra su pecho. Entonces canta, le crecen alas y ahora, ya hombre, levanta el vuelo irrevocable pero recordando siempre aquel niño inclinado sobre la hierba.


De Retorno

Hoy me siento tallo
Otoñándome en raíces
Perro viejo lamiéndose la pata
Invernado en frutos, extrañado
Hoy me siento para nostalgias
Algo de pan caliente
Y un tanto de abrigo por las noches
Patios soleados
Y tomar la leche
(no parece mucho, ciertamente)
Sólo que me estoy para dolores
Enjutos los ojos flaca la mirada
Como después de la caída
Sin un ya pasó no es nada.
Caminos…
Hoy me siento caminos
Para volverme la vida
Como pateando latas
Para buscar tu pecho hospitalario
Hoy me siento
De retornos y llovizna
Hoy estoy de luto
Por mis huesos
Y tu regazo.

Recuerdo un cuento que nadie escribió, una carcajada enorme y un borrador, un hombre juntando dientes sobre los restos de un mostrador.
Yo recuerdo un cuento que nadie escribió, el coraje de la noche y el silencio a mitad del fracaso y un callejón.


Buenos Aires Sin Buenos Aires

Sos una enorme tristeza desorganizada
Una afiebrada soledad pardusca
Quizá la única ciudad con piloto
La única que se extraña a sí misma.
Yo veo tu nostalgia descolgarse de los muros
Y reptar por las veredas como una sábana
Como un estómago de lágrimas
Que estalla en tus empedrados
Y gira sentimiento al sur
Mientras tararea, mal, su último tango.
Como olvidarte Buenos Aires
Si a pesar de todo, en cada esquina
Sos romántica y linda
Como una mujer bajo la lluvia.





Hoy quiero irme a casa
A esas cosas que no sé decir
que huelen bien y recuerdo adelante
Es tan incierto todo
que tropiezo con mi espalda
y en cada murmullo
nada mas quiero irme a casa
Cenar de buen talante
y un tanto de luz en la mirada
Sin escombros la tarde
Sin noches las esquinas
Hoy quiero irme a casa
No sería pedir mucho
volver al aire familiar de los detalles
Hoy requiero la libertad
que sólo da un barrio
una pollera asustada
y la altura media
de una lluvia en la ventana
Como estrenando una rutina
hoy quiero irme a casa
pero estoy aquí
parado en la esquina de mis bolsillos
y no sé adonde está mi casa