26 de junio de 2015

Por Luis Vilchez - Poesía periodística (Parte 12) - Mariela Zobin: esa loca que me habita…

Poema dedicado a Mariela Zobin

Mariela

Esos ojos celestes
no perdonan

firme el lápiz
la voz de la esperanza

la poeta
nos canta sus palabras

y en el pueblo
deambula una guitarra

28 / IX / 2012



Poema extraído del libro Como si fuera el fin del mundo, de Luis Vilchez

Libro número quince de la Colección Libros de la Calle. Año 2013.

San Luis (LaNoticia) 26-06-15. Mariela Zobin apareció en mi vida como nacen las luciérnagas en el verano inquieto. Y uno las mira cual duendes que brillan, cual suspiro de la noche estrellada. Y allí, seguramente, nace el poema.

Así nació mi abrazo-hermano con Mariela. Tiempos duros. Tiempos posmodernos, comienzo de mil nueve noventa, en una Argentina mutilada de olvido y desamor.

Estudiaba química la Zobin en la UNSL, participaba de grupos de teatro y era una apasionada lectora de Milan Kundela y de Isabel Allende… días y noches pasábamos leyendo, compartiendo, mate o vino en mano… también las palabras y la música del cantautor cubano Silvio Rodríguez iluminaban la esperanza de ambos.

El viento nos alejó con el correr del tiempo, vaya uno a saber por qué los pájaros vuelan o las mariposas viven un suspiro.

Ella siguió su camino buscador. Yo encontré el mío por otros rumbos soñadores. Luego, el mismo viento, ese que nos alejó por años, el que borró nuestras sendas para no tener noticias el uno del otro, sopló suave, cuál poema de la lluvia. Y en un abrir y cerrar de ojos, como pasan los emociones, la vida nos encontró nuevamente en un abrazo de guitarra. Los dos empecinados por convidar nuestros cuentos y nuestros poemas, en un libro, revista o panfleto. Una forma de demostrar que estamos vivos con nuestros gestos cotidianos a la gente. Los dos con la palabra, en la ventana, donde brillan las canciones del sol y vibran las canciones de la luna.

Convido algo de la hermosa obra de esta gran escritora y amiga Mendocina, que conocí, como tantos hermanos y hermanas de la vida, en el camino. En la calle, donde respira la cultura. Mariela Zobin: esa loca que me habita.

Primero va su “Testimonio” publicado en el Libro Las Hojas, Colección Libros De La Calle, Compilación de Testimonios, notas, poemas, cuentos, crónicas varias, de escritores de la década del 60 y 70 que publicaron en la Editorial Papeles de Buenos Aires, Ediciones La Pluma y La Palabra dirigida por el poeta Roberto Santoro y escritores que han publicado en la Revista Cultural Latinoamericana (Guturalmente hablando) El Viento dirigida por la escritora Mónica Algarbe y el poeta Luis Vilchez. Luego algo se sus cuentos y su poesía.



https://youtu.be/7BTNkJ5xSq8

Obra de Mariela Zobin

Testimonio

Me miren por donde me miren soy imperfecta. Tengo un arriba excesivamente corto. Me abato frecuentemente y me exalto con más frecuencia. Un abajo poco profundo. No limito mis malos pensamientos sin alcanzar ningún cenit. Reprimo muchas pasiones hasta indisponerme de abstinencia. Un adentro muy enmarañado. Cometo errores de ortografía, de gramática y caligrafía. Confundo las palabras y sus conjugaciones. Yerro en los condimentos, los tonos, los adjetivos. Un afuera algo derruido. Me tropiezo con las piedras, las puertas y las depresiones. Atropello árboles, postes, acequias. Camino demasiado rápido. Me detengo demasiado lento. Soy turbulenta, corta de vista, soberbia, inacabada. Y aún así, anhelo ser feliz.

¿Por qué la poesía?

Escribir es una manera de mirar el mundo…”Cuando camino escribo/ mientras me baño/ cuando espero / y aún cuando duermo”

Escribir es un impulso que lleva a decodificar las bellezas y las atrocidades para luego volver a codificarlas en un canto único.

Escribir es entregarse a las palabras, ser esclavo de ellas; palabras que a veces fluyen impertinentes llenándonos de un placer indescriptible y otras, muchas, se esconden, retacean su silueta y nos llevan al paroxismo, a la angustia.

Escribir es pelearse, pelearse con uno mismo, con las ideas, con los miedos, con el papel y con la irrupción de la vida cotidiana, que se esmera por arrebatarnos las horas creativas.

Y si esto fuera poco, cuando escribimos necesitamos que nuestra obra sea pública. Es decir precisamos mostrarla, exponerla a las inclemencias de lectores y editoriales. Porque si hay algo en lo que todos los escritores estamos de acuerdo (conciente o inconcientemente), es que no está completa la obra sin el otro, diferente, lejano o cercano a nosotros, que reescribe nuestro texto con su lectura.

“Escribo siempre. / Pero sólo cuando consigo subyugar los miedos / vuelco las palabras sobre el papel / (aunque éste no sea virgen)”

Conmociones

Me siguen sorprendiendo los amaneceres,
sus nubes incendiadas,
sus cielos con escarcha,
las gotas que se cuelgan
de alguna telaraña,
las historias ocultas
detrás de cada gesto,
de cada gesta
y una luna que llena
de luz nuestras miserias.

Me conmueven las mujeres
que cargan a sus niños,
mientras ofrecen magia
creada por sus manos
y los niños salvados
que juegan en las plazas
sin más que largas hojas
y el gozo compartido.

Me consterna el sol
y su revolución obstinada
que florece vidas,
que abriga muertes,
que ilumina solidario
el muro terco
en el que cada día
me empino
para arriesgar intentos.

Hijo de la calle

Manos sucias,
olvidadas de otras pieles,
que no conocen de lápices,
ni de libros,
ni de ingenuidad
o amparo.
Dedos de niño,
que rasgan bolsillos,
carteras,
almas,
para hallar
un poco de pan,
unas monedas,
quizás una caricia
o algo de respeto;
escarban y rebuscan
la grieta mínima,
un agujero en la ciudad pudorosa,
el lugar del aire limpio
que los libere del pegamento,
de la huída mortal.
Ojos pícaros,
demasiado viejos para su altura,
que develan sin tapujos
la sociedad cruel,
deliberadamente cruel,
ensañada con su infancia
y con miedo a su mirada.
Cuerpo desguarnecido,
brazos sin abrazo,
oprimido vientre,
cama de diarios,
despreciado, recio, desafiante
hijo de la calle.

Recuento

En la historia conocida
mucho se habla de descubrimiento
barbarie
evangelización
del encuentro de culturas
y de un “crisol” de razas.
Se cuenta muy poco de masacres
genocidios
de crisoles de metales
de la ambición, el robo
del fuego de las armas
del ocultamiento de soles y semillas
de latifundios cercados con sangre
ni del silencio impuesto en la tierra saqueada.

Pero la historia es más,
no es solo el cuento
que se cuenta,
es la savia de los pueblos
pulso corazón de quinua
camote, Millcayac, acequia
latido teta, sangre canción
memoria creciendo gritos
promesa de nuevos vientos
huellas que paren sendas
antiguos caminos nuevos.

Vívida

Cuando unos labios mínimos
abrazan con ternura furiosa,
y las caricias de unos dedos enanos
arrasan las dudas de cualquier estirpe,
mientras esos dedos menudos,
de manos menudas,
de presión breve,
resumen todas las huellas humanas
sobre la arena, el mar o el cielo,
en los pastos agrestes
y en los cultivados,
en los caminos de estrellas
y en los de borrascosas nubes,
cuando una roja, pequeña, cándida boca
aprieta con fuerza un pezón henchido
el misterio de la vida fluye
asfixiando cualquier sentencia apocalíptica.

Entre

Pasé gran parte de mi existencia de habitación en habitación. Al principio sin discriminar. Luego, solo residí en las que se orientaban hacia la izquierda, aunque con posibilidades de abrir ventanas en distintas direcciones.

Estaba en una de estas últimas, cuando asistí a la conferencia de un reconocido filósofo. En un momento, el disertante dijo, que Nietzsche afirmó que si le daban a elegir entre el afuera y el adentro, prefería el entre.

Volví a mi habitación y me puse a reflexionar sobre el asunto. Decidí adherir a la teoría y no solo con la razón, sino también con el cuerpo.

Desde ese momento, comencé a vivir en el pasillo. Es decir, me instalé en el “entre” de los cuartos. Acomodé los cachivaches y allí erigí mi casa. Me costó darme cuenta de la trampa. Pero un día, en el que disfrutaba del sillón, lo entendí. El pasillo se había transformado en una habitación más.

No soporté la contradicción, dejé esa estancia y salí a buscar otro “entre”.

Ahora transcurro en corredores, rodeada de puertas y paredes. Lo llevo bastante bien, si no fuera por los aullidos. Hasta en los sueños escucho voces que me recuerdan las personas con las que compartí residencia. Otras, suenan desconocidas. Todas me llaman desde el otro lado de las puertas. Cuestionan mi determinación con palabras dulces-comprometidas-amables-hirientes. “No se puede estar así”. “Vení, que preparé un rico postre”. “Dale, te esperamos”. “Entrá, necesitamos tu compañía, tu abrazo”. “Dejá de perder el tiempo, hacé algo con tus días”. Así, hora tras hora, sin descanso.

Y a veces sucumbo. No resisto la tentación y giro el picaporte. La paradoja, la locura, el dolor consisten en que, la mayoría de las veces, del otro lado no hay nadie.

Sin desaires

Casi amanecía cuando ella lo vio llegar con su andar sofisticado. Descarada, actuó como si lo ignorara. Luego miró de soslayo en el espejo del estanque y se regodeó con su propio reflejo. La piel profundizó humedades al percibir que él la medía desde atrás. Decidió hundirse en la poza, de ese modo, al mismo tiempo, disimulaba su interés por el sujeto extravagante y ostentaba su cuerpo desdibujado en el prisma de agua.

Nadó con sensualidad mientras conservaba el calor de los ojos fríos sobre su nuca. Pero solo eso.

El macho en cuestión no arriesgó más cercanía. Permaneció inmóvil, lejos del borde en el que ella bailaba voluptuosa.

Ante la pasividad de la escena, la hembra salió de la fuente, acomodó su cuerpo y se puso a cantar, canto rito matinal, canto para encantarlo. Interpretó su repertorio, siempre de espalda, mientras él persistía en su quietud de estatua.

Harta de la espera, decidió tomar la iniciativa. Giró y se encontró frente a frente con las diferencias. Cuerpo bruñido, fuerte, brazos decididos y todo ese equipo de ojos para contemplarla. Quedó deslumbrada. Su colorido cuerpo vibraba por la turbación. Continuó el canturreo.

El escorpión retrocedió. Había llegado decidido a solicitar la ayuda de la pequeña nadadora, pero la escena lo acobardó. ¿Cómo manejar el desasosiego que lo acosaba? ¿Cómo identificar el miedo a su entidad, a la de la rana, a la naturaleza que los mantenía separados?¿Qué hacer para controlar esa fascinación que prometía goce y sufrimiento?

La rana avanzó unos saltos, el escorpión desanduvo varios pasos.

Permanecieron estáticos, a distancia prudencial, escrutándose con los ojos, asunto en el que ambos estaban bien dotados.

Al rato fue el escorpión el que tomó la iniciativa, levantó con elegancia su cola y se replegó con celeridad hacia la madriguera en la que permanecería durante el día.

La rana masticó el desprecio mientras desayunaba los insectos que tuvieron la mala fortuna de deambular por sus alrededores.
Regresó la noche. Traía una luna llena. El escorpión volvió a su rutina de cazador. Mientras soñaba la otra ribera, sufría la certeza de sus hábitos temibles y arrastraba la confusión que le provocara esa rana atrevida.

Por eso, cuando el sol arañaba la superficie de la charca, retornó para contemplar el ritual del día anterior. La rana renovó su ceremonia del baño, de cantiga erótica, de giro y mirada. Solo que esta vez se quedó esperando, o avanzó.

Ya estaba tendida la trampa, el escorpión soportó todo lo que le fue posible. Cuando ya no pudo contenerse, movió sigiloso el tren de sus patas para llegar al borde, al casi contacto con la anfibia.

Aún así, tan cerca, ella permaneció inmóvil. Entonces el escorpión desmañado, le pidió sus favores. ¿Para qué?, preguntó ella. Necesito llegar a la otra orilla, contestó él, e hizo una escueta explicación sobre su naturaleza terrestre y las dificultades con el agua. También dejó deslizar el deseo de montarse sobre su lomo sedoso para cumplir con su cometido.

La rana habló del gusto que sentiría al ayudarlo, pero que la amedrentaba su reputación, la de él, claro. Sabía de la esencia maligna que lo impulsaba a clavar el aguijón sin piedad, a inocular su ponzoña en el cuerpo de la víctima. Mientras terminaba de modular la palabra víctima, la rana desenvolvió su lengua y acarició con el cabo el borde de espina peligrosa del arácnido.

El escorpión analizó su prontuario y decidió desistir de la empresa. Estaba reculando, para volver a su refugio antes de que el sol cegara sus múltiples ojos, cuando la rana lo detuvo insinuante. Estoy dispuesta a correr el riesgo, dijo casi en un susurro. Tal vez no sea conveniente, replicó él, obnubilado por la osadía de la hembra. Dale, intentémoslo, insistió ofreciendo su piel amarilla y húmeda como nave.

El escorpión se encaramó con celo sobre la pequeña y suave rana. Ella, con saltos apretados, llegó a la margen y se lanzó a nadar.

Apenas zarparon, el alacrán empezó a luchar contra la tentación de atravesar la carne de la rana. Caracoleó hacia ambos lados ansioso, restregó su vientre, sus patas sobre el tegumento exquisito, una y otra vez, otra y otra y otra para engañar a los sentidos.

A punto de llegar, la excitación del escorpión era insoportable. Tensó la cola, preparó el aguijón y un mareo extraño le hizo errar la estocada. Miró hacia el horizonte, pero el litoral se velaba en una bruma desconocida...

La anfibia depositó el cuerpo inerme del arácnido, de espaldas, sobre las piedras de la otra orilla. El macho intentó, pero no pudo moverse. El ánimo no le alcanzó para voltear el vientre impregnado en las secreciones letales de la hembra. Hechizado, se dejó caer en el laberinto de su noche, cada vez más oscura, mientras el día de la rana amarilla, se volvía radiante.

Ada

Ada tenía una belleza diferente a la consignada en las revistas de moda. Ella lo sabía y se sentía feliz, salvo por un detalle, estaba sola. No porque fuese tímida, exigente o misándrica. No, se hallaba sola porque no daba con quien quisiera amasar junto ella un amor real, con encuentros y desencuentros, pasiones y aburrimientos. Ada sola, sola desde siempre. Y en su soledad coleccionaba sueños y ardores, porque era una mujer con fuego.

Vivía en un barrio como tantos, con vecinos más o menos del mismo color y la misma antigüedad. Jóvenes en el tiempo en el que lo fueron sus padres. Gente aburrida, que saltaba de novelón en novelón, de programas con periodistas que analizaban siempre lo malo a los que vaticinaban lo peor. El resto del tiempo lo dedicaban a juzgar qué hacía el del lado, la de enfrente o los de la otra cuadra. Ada resultaba el entretenimiento predilecto. Representaba la única persona con perspectivas de tener proyecto propio y ser feliz. Por eso, cada vez que la tenían a tiro, encestaban un “¿Para cuándo el novio, m`hijita?”. O “¡Mire que se va a quedar para vestir santos!”. Frases perversas lanzadas con cara de una linda abuelita o del viejito distraído.

Ada se encontraba sola y no lo merecía. Era una flor abierta y tibia, con dedos frágiles como alas de mariposa. Su mirada poseía la dosis exacta de nostalgia como para no resistirse a cobijarla. Las caderas eran una extensa comarca para ganar la cima desde la raíz, luego dejarse ir hasta quedar sin brío, hasta reposar en el bucólico paraje de sus pechos. Cualquiera ansiaría ser el contramaestre de la nave de su vientre, la bandera del mástil de sus piernas.

Y aunque Ada no podía estar sola, no acertaba con el personaje que mereciera su presencia. Lo intenté. Luché con porfía para desapegarme de mi codicia y dejarla probar suerte. Proyecté figuras masculinas de diferentes raleas. Recios, dulces, intelectuales, pasionales, altos, fornidos, enjutos, gruesos desfilaron por mis páginas. Ninguno servía. Para ser sincero, debo reconocer que si alguno osaba mostrar la más mínima perspectiva, lo desaparecía de un teclazo. Ella fue creada para mí, a mi antojo. Sabía que resultaba imposible, que un universo nos distanciaba. Y aun con plena conciencia de que habitábamos en dimensiones tan dispares, no logré controlar mis impulsos y sucumbí ante sus encantos. Me inspiré y describí una noche sin luces, estrellas o Luna. Al amparo de la oscuridad, me escabullí en su cuarto. La espié por el vano de la puerta, mientras se duchaba. Su cuerpo se ensalzaba por las intermitencias de luz que nacían de una vela. Envolvió el cabello. Recorrió con una toalla desde los pies hasta la cara. Se untó con cremas y perfumes. Salió desnuda del baño. La tomé de la cintura. Enredé mis pupilas en las suyas y susurré las palabras que le gustaría oír. Nos besamos cada rincón de nuestros cosmos. Trepé sobre sus colinas, caí una y otra vez en el socavón que delineé entre sus piernas. Se encaramó sobre mí, cabalgó desbocada hasta la cúspide. Navegamos, volamos, nos enterramos, ardimos, fuimos felices. Ada extravió la soledad en las sombras. No perdimos el desaliento sino hasta que el amanecer pintó de colores las curvas y las rectas de su mundo.

Ada es la protagonista de una historia como tantas, despliega una hermosura como pocas. Ya no está sola. Cuando los vecinos la ven pasar, no disparan sus dardos venenosos. Nadie sabe cómo y ninguno se atreve a preguntarlo, pero Ada camina cada día más lento, con un vientre gigante a punto de madurar.

Frase hecha

Me pidió que la ayudara a sentarse sobre la camilla improvisada. Ella apenas despertaba del sueño artificial.

Aún adormecida, se quejó. Yo la miraba desde lejos, como otra sombra en la penumbra del quirófano también improvisado.

Llevó las manos a su entrepierna. Luego, las levantó ensangrentadas.

Buscó mis ojos y, con humor inocente, dijo: “Lo que mata es la humedad”.

Volvió a palparse el sexo. Intentó repetir el eslogan absurdo con lo poquito de aliento que conservaba, pero se desplomó. Sus dedos escurrieron las últimas gotas de vida sobre el suelo descascarado. No alcanzó a cerrar los párpados.

Y yo, atrincherado en mis oscuridades, no hice nada.

11 de junio de 2015

Poesía Periodística (Parte 11) - Dora Giannoni, poeta de alma, del alba, del poeta

Poema dedicado a  la poeta Dora Giannoni y al poeta Armando Tejada Gómez

Niño que pidió lloró

Yo considero que reír
es más hermoso que llorar
y me parece altamente positivo
ver a un niño -calentito-
en la estufita del hogar de amares

que un niño trabajando
con seis años de desgracia en sus espaldas
o pordioseando la limosna... de la insensibilidad

yo creo que hay que hacer
un semillero de nacionalidad y buscar soluciones
para estabilizar la poesía de este mundo humano
hundido en la deshumanización de la alegría

mudo mundo...
que le quita la paz a estos versos que hoy escribo
y la comida al niño que anoche vi
en el súper mercado de las ladillas

Texto extraído del libro “Poemas de amor para una olla vacía”, Luis Vilchez, Ediciones Madera y Verso, año 2008


Fotón. El casamiento, en el Templo del vino. Don Atilio “Tilo” Gianonni, Hamlet, Dora y Armando.


Conocí a Dorita hace unos años en la ciudad de Mendoza, yo estaba con mi mesita con libros en un prestigioso encuentro de escritores y ella fue de las pocas que se acercó a ver de qué se trataba. Nunca pensé que desde ese encuentro iba a nacer una profunda y sincera amistad. Dora es una poeta popular muy querida por su entorno y “referente” para quienes nacemos vientos. Numerosas cartas y correos electrónicos nos mandamos desde ese encuentro del amor. Mucho hemos aprendido de este ser de luz.
  
Oriunda de 9 de Julio (Provincia de Buenos Aires) y vive en Buenos Aires desde 1976.
Profesora de Castellano, Literatura y Latín, dedicó años a la docencia secundaria y terciaria. Cursó estudios teológicos y bíblicos y trabaja pastoralmente. Participó en programas radiales y encuentros literarios. Colaboró en revistas y organizó talleres sobre la vida y obra de Armando Tejada Gómez y Alejo Carpentier.
Autora de Profeta del viento (estudio bioliterario sobre Tejada Gómez).
Obtuvo un primer premio de ensayo en Río Cuarto, un segundo premio de poesía en el concurso organizado por la revista Redes de papel (Capital) y menciones en Junín y Radio Habana (Cuba).
Prologó y presentó a los poetas Hamlet Lima Quintana, Juan José Folguerá, Armando de Magdalena, Rafael Amor, Jorge Zárate y Daniel Oddone.
   Es cofundadora del Centro Cultural Armando Tejada Gómez y madrina del Espacio Cultural de los Niños Juanito Laguna de la Casa de Cultura Compadres del horizonte.
Convidamos articulo Homenaje a Dora Giannoni: Los tilos de plaza Belgrano volvieron a dar sombra
Y poemas que mandó especialmente para que sean publicados en el número 63 del mes de enero de 2014 de Revista Cultural Latinoamericana (Guturalmente hablando) “El Viento”.
A gozar.


"Todas las sangres" - Espectáculo con los poetas Dora Giannoni y Héctor Minutillo. Ensamble Folclórico Miel de Caña integrado por Nora Siderakis (flauta trav...

HOMENAJE A DORA GIANNONI: Los tilos de plaza Belgrano volvieron a dar sombra

Cumpleaños de Dora Giannoni con retoños de una maravillosa historia que toca al alma nuevejuliense.

Este centro cultural popular porteño donde estamos festejando un nuevo año de Dora Giannoni de pronto se transforma en un banco imaginario de la Plaza Belgrano, allí donde un día del 73 el legendario poeta Armando Tejada Gómez llegó acompañado de su colega Hamlet Lima Quintana para pedir la mano de ese pimpollo nuevejuliense del cual había quedado prendado poco tiempo atrás en su Mendoza natal.

Y aquella vez, Tejada Gómez vio los árboles frondosos que ya no están, y dejó unos versos en honor a esos tilos inolvidables que aún siguen revoloteando en el corazón colectivo aunque el hacha del hombre los venciera como a caballo quebrado. Dora se abraza con Gloriana Tejada, hija de Armando, y con Juan Martín, retoño varón de Hamlet. Para los pibes nuevos, Tejada y Hamlet forman parte de lo mejor de la prosa y versos, cultura hecha canción, del folklore nacional argentino.

Y están allí, como reviviendo aquella anécdota del año 73, cuando don Tilo (casualidad el apodo…) Giannoni aceptó el pedido del ilustre mendocino de Guaymallén y dejó que se le llevara a una de sus hijas. Y Dora voló, y compartió días y noches con su amor, y hasta escribió sus propios libros, siempre con 9 de Julio en su pensamiento, como nos ocurre a algunos más. Han llegado al festejo varios amigos, entre ellos Chacho Echenique, integrante del incomparable Dúo Salteño, quien está editando un trabajo como solista, varios amigos nuevejulienses más, como la maestra Ester García, y el profe linqueño Fernando Signorini también comparten esta mesa musical a la que Dora y su gente le ponen la nota.

 La de “La Plaza de los tilos” fue una anécdota más que ya forma parte de la historia nuevejuliense. Se puede ver en google, de la mano de su autor. Y tuvo un momento de recuerdo en este centro cultural del barrio de Coghlan, donde nuestro 9 de Julio plantó un tilo simbólico al que Tejada Gómez parece reescribir. Es lo que uno imagina mientras los ojos de Dorita aflojan al entonar esa inmortal “Canción con todos” de su marido, con quien tanto bregó por liberar la esperanza con un grito en la voz.

OBRA DE DORA GIANNONI

A DARÍO Y MAXI, COMPAÑEROS

Hace diez años
intuí la tragedia.
Algo me decía
que iba a suceder
y desgraciadamente
no me equivoqué...
Desde mi vivienda
en Palermo
en esa mañana fría
mi corazón
estaba en Avellaneda.
Tenía que suceder;
estaba fríamente calculado
nada es más peligroso
para el poder y el sistema
que la poesía, el arte
el pan compartido,
la popular cultura
que se da ente los pobres
y oprimidos
porque siempre
el amor que se da
hasta las últimas
consecuencias
fue crucificado.
Mártires de mi patria.
Sangre joven
entregada por valor
y compromiso
la memoria no será borrada
y la obra que dejaron
seguirá dando frutos
de amor multiplicado
en miles más
que vendrán a beber
del agua clara,
del ejemplo de amor
que nos dejaron
Maxi y Darío¡ presentes!
una y mil veces
en esta patria dolida
que tanto necesita
de modelos de verdad,
entrega cotidiana
y el ansia de justicia
practicada
“ no por caridad ni piedad
sino por compromiso amoroso”,
como decía Pablo Freire.
29-06-12


BOLIVIA: 21-01-06

“ El cielo del cóndor abre de par en
par las puertas de Tiawanacu...”
Armando Tejada Gómez (1)

“Lo que no existía
fue creado”(2)
y lo que existió regresa.
Lo que ayer eran sólo ruinas
hoy es otra vez ayllu
de los primeros habitantes de esta tierra
devastada.
Aymaras, mineros, campesinos,
pobres pero dueños
de ancestral cultura
logran retomar el poder
que será servicio
según su concepción
y una enorme wipala
de esperanza
une la Luna y el Sol
de Puertas milenarias
cuyas piedras
son Memoria del futuro.
Lo que una vez existió
vuelve
porque nunca pudo ser desaparecido
Y en este nacimiento
es toda América
que vuelve
con el mismo sueño
La noche de Tiawanacu
es crepúsculo del día
que otra vez amanece
después de 500 años.

( 1) Tejada Gómez, Armando:
Canción El cóndor vuelve
con música de Eduardo Aragón
            (2) Ap. 4,11


CAPITÁN DE LOS PÁJAROS

(A Antonio Esteban Agüero)

“Yo no quiero morir. Es imposible
que yo pueda morir
Mientras la vida siga viva en
Jilgueros y caballos...”   A. E. Agüero
(De Camino a la Raiz)       
                                                    
En el valle de Conlara
escuché tu voz profunda
y cantarina
que trajo a mi memoria
viejos versos amados
entre sonidos del silencio
Tu voz que habla del hombre,
el árbol, las raíces
y esa ansia de infinito,
serena o torrentosa,
buscando a Dios
entre las piedras
de esa tierra hermosa,
con águilas en vuelo
en libertad infinita
en el cielo siempre azul
de tu provincia.
Escuché tu voz,
Capitán de los pájaros,
sus arrullos y trinos
con miles de caballos
briosos y libres
galopando al unísono
para sacar de su modorra
a Buenos Aires.
Capitán de la luz,
el canto, la pureza
La fuerza de quien sabe
lo que quiere
aún nos llega
golpea nuestra alma
y nos dice que es posible
cambiar con versos la vida.
Digo Antonio Esteban Agüero
y me siento feliz al recordarte.
Merlo. Abril 2005

HAMLET, CONVECINO DE  LA LLANURA

( A Hamlet Lima Quintana)

Shakespeare inventó a Hamlet,
un personaje atormentado
por las dudas,
temeroso de ser asesinado,
que fingía locura,
inquieto por saber quién era...
Y Dios inventó otro Hamlet,
un ser iluminado
por los sueños,
deseoso de vivir
para ayudar a otros
porque sabía  muy bien quién era.
Lo parió la llanura
y el horizonte
marcó su derrotero,
esa utopía
que lo hacía ponerse de pie
todos los días
y seguir  caminando
escribiendo, soñando,
compartiendo con todos
el pan de la palabra
que brotaba de él
como dictada
desde un más allá,
el de sus ancestros
que le daba sentido
a su lucha cotidiana.
Hermano mío,
convecino de  la llanura,
donde los dos vivimos,
tu ausencia me duele
porque añoro tu rostro de quijote
tu humor, tu ternura, tu sabiduría,
esos versos leídos por teléfono
apenas recién nacidos...
¡Qué privilegio!, ayer
hoy, ¡ qué silencio!
Pero sé que estás
que estarás siempre
aromando la llanura
que te guarda
como esa “vasija de barro”
que cantabas.
Dios te puso en nuestras vidas
para ayudarnos a no dudar,
a no rendirnos
a seguir andando
en pos de un sueño
latinoamericano.
Y desde el misterio donde habitas,
iluminar la vida
y decirnos que “no hay que morir”
que la vida nos espera
para volver a empezar
cada mañana.
15/ 09/03
MESTIZAJE (Poema inédito)

Chacana
y cruz cristiana
Cruce de caminos
que no se oponen
en popular mestizaje
como deseaba
Arguedas
en criolla koinonía
como Martí quería
Armonía americana
Cruce de caminos
hacia arriba,
hacia abajo,
a los costados.
hacia los cuatro
puntos cardinales
Una y otra conductoras
de un camino arriba y Adelante
siempre adelante
del pueblo americano!!!

Fuente:


- www.infonueve.com.ar Por Guillermo Blanco